El carromato llevaba algunas verduras recién
apañadas y leche en algunos cántaros. Los largos bigotes danzaban al aire igual
que las alas de algunos cuervos que esperaban en los alambres para lanzarse y
picotear todo lo que brillara. Los bigotes y el unicornio y la recia voz
pedante, todo el tiempo detrás de la puerta de rejas consintiendo, si o no. El
chiquillo mayor observa y de reojo mira y, en silencio, sentado en lo alto,
espera que continúe el viaje, que por el camino empedrado y lleno de pisadas de
bueyes, llega al mercado de abasto. No ha pasado mucho tiempo desde la larga
batalla y los barcos llegan poco a poco y de tarde en tarde y la comida no es
abundante. La señora Delgado amasa el poco trigo en polvo del gofio que dormía
en la alacena y poco a poco el agua cae en el cuenco y sonríe porque al mediodía,
cuando el sol se encuentra muy alto iluminando de blanco cada esquina, ella
sabe que todas las bocas se reunirán alrededor.
Texto: María Estévez
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