“La desdicha puede comenzar de mil modos.”
Yang Fang
“Aguzo el oído para escuchar tu eco,
(...) de mis ojos brotan lágrimas.”
Fu Hsüan
“Su boca se mueve, exhala
un perfume que persiste.”
Hsiao Yen
Pepa -dueña imperial de mi corazón- se aproxima silenciosa y agazapada, con el sigilo cauteloso de una pantera nebulosa, al hermoso y rechoncho colibrí de cabeza carmesí (su próxima víctima) que de modo intermitente revolotea junto al puesto de libros y revistas. Ella luce inofensiva desde la ventana de este tren imaginario, aunque peligrosa, al deslizarse en maneras misteriosas, como una gata de caza.
Ahora reposa en silencio, la cacería terminó; su alimento alado ya fue ingerido. En su posición cuasi-fetal parece aburrida, reflexiva, atenta (este es un comportamiento bastante original para la época) e inmejorablemente mía, aunque distante a mis manos y besos.
Entre el confuso gris del atardecer y el ruido destemplado y áspero de este tren detenido en el tiempo, mi gata logra ver -a través de la ventana sucia del “VAGÓN 4”- mis ojos de enfermero enamorado que están atestiguándola; entonces
comienza a arrastrarse hacia una plataforma de piedra situada en el centro de la escena, sobre la que cincelamos nuestra unión y fidelidad, y posa sobre ella sus cuatro patitas blancas, al mismo tiempo en que acomoda su carita de peluche, delicadamente, como si nada hubiese ocurrido un par de minutos antes.
Ya se ha alimentado y se ha puesto en la posición en que mejor se ve, todo parece marchar de acuerdo a lo indicado. Pero, súbitamente, su fiebre la explota como a una bomba de miel, y todo su relleno se esparce sobre el andén como una almohada de plumas: ¡casi muero al ver a mi mejor poesía repartida por toda la estación!
Desesperado, rompo la caja de vidrio y acciono el “FRENO DE EMERGENCIA”.
Al bajar del tren, me enardece escuchar a la Banda de Músicos Soñados interpretar su sinfonía ilusoria, y ver al Ballet de la Decadencia Transitoria danzar en su egoísta y efímera congoja, como si nada estuviese sucediendo a su alrededor. Desolado, caigo de rodillas junto a Pepa que ahora es un cúmulo de azúcar; encontrar su boca en el acervo sería imposible, así es que tomo una pequeña cantidad entre mis manos y conteniendo toda mi ansiedad y consternación - con los ojos cerrados y apretando mis lágrimas que brotan como arroyos - beso el montoncito de azúcar dulcemente, imaginando en el tacto de mi boca de enfermero enamorado el contorno de la boquita de azúcar de mi gata destrozada.
Transcurren unos segundos de siglos en los que no respiro, y desfallezco mil veces sin cerrar los ojos. En este momento... ¿Qué? ¡Prodigio de amor!: para mi dicha incalculable -y gozo inenarrable- toda la desgracia de mi gata retrocede en cámara rápida...
Ahora estamos abrazados en el suelo. La gente no se ha percatado de nada, como siempre…; hasta alguno pensará que estoy loco por amar así.
Texto: Juan Ramón Ortiz Galeano
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