“Demasiado a menudo, los escritores a los que les falta la valentía para arriesgarse en lo desconocido se refugian en la técnica. ¿De qué tiene miedo? Tal vez de descubrir lo innoble dentro de uno”. Norman Mailer.
De la misma manera que un cocinero no puede dejar de pensar cómo habrán hecho la receta que está probando en otro restaurante; de la misma forma en que un entrenador de fútbol ve y analiza un partido de otro equipo; de la misma manera que un arquitecto contempla la planta de un edificio diseñado por otro arquitecto; de esa misma manera es como un escritor se acerca a una historia narrada por otro, ya cuento, ya novela, ya película. En estos casos, no es infrecuente que surja el pensamiento yo lo hubiera hecho así.
Para un escritor es muy difícil leer sin analizar la construcción del texto |
En su libro “La bendita manía de contar”, Gabriel García Márquez dice: “Los novelistas no leemos novelas sino para saber cómo están escritas. Uno las voltea, las
desatornilla, pone las piezas en orden, aísla un párrafo, lo estudia, y llega un momento en que puede decir: «Ah, sí, lo que hizo éste fue colocar al personaje aquí y trasladar esa situación para allá, porque necesitaba que más allá…» En otras palabras, uno abre bien los ojos, no se deja hipnotizar, trata de descubrir los trucos del mago.”
Uno no puede sustraerse a ese sentir, que ya llega a pasión, no de corregir, pero sí de recorrer el mismo camino que recorrió el autor, pero con ojos propios. Enfrentarse uno mismo, por sus propios medios a las mismas dificultades hijas de esa misma idea madre, semilla de la historia narrada. Insisto, no para corregir, pero muchas veces el inevitable resultado es exclamar: yo lo hubiera hecho así. No hace referencia necesariamente a fallos en la obra ajena, aunque en las obras ajenas es donde mejor se encuentran y por la misma razón por la que resulta tan difícil encontrarlos en la obra propia. El objetivo principal no es el de desvelar fallos, la actitud del novelista que “desatornilla” la novela tiene por objetivo el de conocer sus mecanismos, qué le hace funcionar, qué le hace merecer y retener la atención de los lectores.
No discuto que pueda existir cierto ánimo competidor, que se muestre cuando descubrimos esos pequeños errores imperdonables que hacen fea a una historia; como por ejemplo esa irritante falta de explicaciones de elementos sensibles a la historia y, sin los cuáles es imposible entenderla en su totalidad; o esas fallas de consistencia que llevan a un protagonista a no rebelarse contra una situación personal adversa, a todas luces incoherente o injusta o, al menos, aparentemente remediable para la mayoría de las personas. No es raro encontrar historias que son tan conocidas por el autor que no ha considerado incluir las explicaciones mínimas para su completa comprensión como base del inevitable juicio que el lector formula sobre la historia y, por qué no, sobre el trabajo mismo del escritor.
Acercarse a una historia ajena, lleva al escritor a coincidir y divergir a partes iguales con el autor, pero eso sí, matizando al máximo las coincidencias para evitar la desagradable e imperdonable sensación de plagio y, obviamente por el mismo motivo, maximizando también las divergencias, aunque si la historia del escritor es buena y está bien trazada, las coincidencias o divergencias con otras obras ajenas difícilmente superarán las dimensiones de un insignificante matiz.
Ciertamente, éste de analizar obras ajenas, se trata de un vicio adquirido del que para el escritor resulta prácticamente imposible desembarazarse.
desatornilla, pone las piezas en orden, aísla un párrafo, lo estudia, y llega un momento en que puede decir: «Ah, sí, lo que hizo éste fue colocar al personaje aquí y trasladar esa situación para allá, porque necesitaba que más allá…» En otras palabras, uno abre bien los ojos, no se deja hipnotizar, trata de descubrir los trucos del mago.”
Uno no puede sustraerse a ese sentir, que ya llega a pasión, no de corregir, pero sí de recorrer el mismo camino que recorrió el autor, pero con ojos propios. Enfrentarse uno mismo, por sus propios medios a las mismas dificultades hijas de esa misma idea madre, semilla de la historia narrada. Insisto, no para corregir, pero muchas veces el inevitable resultado es exclamar: yo lo hubiera hecho así. No hace referencia necesariamente a fallos en la obra ajena, aunque en las obras ajenas es donde mejor se encuentran y por la misma razón por la que resulta tan difícil encontrarlos en la obra propia. El objetivo principal no es el de desvelar fallos, la actitud del novelista que “desatornilla” la novela tiene por objetivo el de conocer sus mecanismos, qué le hace funcionar, qué le hace merecer y retener la atención de los lectores.
No discuto que pueda existir cierto ánimo competidor, que se muestre cuando descubrimos esos pequeños errores imperdonables que hacen fea a una historia; como por ejemplo esa irritante falta de explicaciones de elementos sensibles a la historia y, sin los cuáles es imposible entenderla en su totalidad; o esas fallas de consistencia que llevan a un protagonista a no rebelarse contra una situación personal adversa, a todas luces incoherente o injusta o, al menos, aparentemente remediable para la mayoría de las personas. No es raro encontrar historias que son tan conocidas por el autor que no ha considerado incluir las explicaciones mínimas para su completa comprensión como base del inevitable juicio que el lector formula sobre la historia y, por qué no, sobre el trabajo mismo del escritor.
Acercarse a una historia ajena, lleva al escritor a coincidir y divergir a partes iguales con el autor, pero eso sí, matizando al máximo las coincidencias para evitar la desagradable e imperdonable sensación de plagio y, obviamente por el mismo motivo, maximizando también las divergencias, aunque si la historia del escritor es buena y está bien trazada, las coincidencias o divergencias con otras obras ajenas difícilmente superarán las dimensiones de un insignificante matiz.
Ciertamente, éste de analizar obras ajenas, se trata de un vicio adquirido del que para el escritor resulta prácticamente imposible desembarazarse.
Artículo: Victor J. Sanz
Artículo: Victor J. Sanz
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