El sonido de la botella al perder su infranqueable corcho fue simple y seco. El aroma del cava inundó la sala donde se encontraba la pareja. Suavemente, aquel cáliz dorado se deslizó desde el cuello de la botella hasta la copa. El sonido de las burbujas inundó el silencio que hasta ahora era testigo de aquella escena.
Él dio el primer trago, sin brindar, no hacía falta. Llevaban tiempo queriendo verse, sobre todo porque ella le insistía, pero él siempre lanzaba evasivas en el último momento. Sin embargo, aquel día, no pudo decirle que no y ambos decidieron tener su primera cita. Los ojos esmeralda de la muchacha se posaron inocentemente en unos ojos castaños, cuya luz se había ido apagando con los diferentes desengaños de los que había sido confidente. Pero, con ella, era diferente, sus ojos adoptaban otro matiz. Su mirada dejaba de ser triste, para llenarse de la alegría que sucede a una larga espera.
Tras la primera copa, ella deslizó lentamente su mano, hasta acariciar débilmente la yema de uno de los dedos agrietados del muchacho. Sus manos representaban una vida de sufrimiento y penuria, pero entraban en contraste con aquella inocente y plateada piel que le estaba propiciando tanto cariño con tan solo un simple gesto.
Ambos se incorporaron, la luna fue testigo de su primer beso, las estrellas, danzaron lentamente para hacer de aquel encuentro algo inolvidable. La velada era simplemente perfecta, a pesar de haber sido algo tan poco planeado. Hablaron de tantas cosas, de sus sueños, de sus fracasos y de lo que les esperaba.
Ella lo abrazó suavemente mientras la calidez comenzaba a inundar la sala. Él no dijo nada, simplemente tenía miedo de corresponderla y no estar a la altura. Sin embargo, la sensación era relajante, equiparable al primer rayo de sol de un amanecer nublado. Se rindió a ella, totalmente. No sabía si era por el cava, por el beso o porque simplemente ya no quería hacerla esperar más, pero la abrazó dulcemente.
Eliot simplemente encontró lo que tanto anhelaba.
Los disparos sonaban como botellas siendo descorchadas. Eliot tenía la espalda apoyada en las trincheras, con sus ojos caoba perdidos en la nada, de su cuello brotando vida. Y aún así, sus labios dibujaban una sonrisa tranquila.
Texto: David Nortes Baeza
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