—Ya de joven apostaba fuerte —el anciano hizo una pausa para rascarse el muñón— y no siempre ganaba —sonrió acercándome la baraja mientras a su espalda el esbirro bizco jugueteaba con una navaja.
El manco abrió con mano hábil el maletín rebosante de billetes añadiendo: — Tú eres joven, como lo fui yo un día – se miró con cariño el muñón—. ¿Que qué gano? Pervivir en tu recuerdo: nunca me olvidarás.
Aquella noche decidió la carta más alta. El viejo tenía razón. Desde entonces, cada mañana al ponerme las lentillas, añoro mis gafas pensando en él.
Narración: La Voz Silenciosa
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