Cincuenta agentes de la Europol de al menos una decena de países distintos examinaban la grabación que una cámara de seguridad había recogido del último crimen de Les Impeccables. Una pareja de asesinos que mataban tan refinadamente que nadie era capaz de averiguar cómo lo hacían. Después, vestían a sus víctimas con exquisitos trajes a medida. Les peinaban. Les maquillaban. Les perfumaban... Ya llevaban siete. Verdaderas obras de arte.
—Observen la calidad del tejido, por favor.
La pregunta llevaba meses en la cabeza de todos. Alguien, por fin, se atrevió a formularla:
—¿Es absolutamente necesario perseguir una actividad tan hermosa?
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