Una de las primeras palabras que aprendió fue mar. Una de las primeras que pronunció con nitidez, sin balbuceos.
No sería sorprendente si no fuera porque él había nacido tierra adentro, donde el mar es sólo una figura lejana, una representación azul sobre un mapamundi, una inmensidad que mucha gente apegada a esa tierra reseca nunca llega a contemplar.
Sin embargo, para él fueron tres letras que se convirtieron en una inquietud desde la infancia.
Para llegar ese momento tuvieron que transcurrir más de sesenta años. En su imaginación creó un sueño, una imagen forjada a través de las lecturas de innumerables libros de historia: Barcos que arribaban a orillas mediterráneas donde sólo existía la arena, el agua y el sol. Playas interminables, limpias y protegidas por feroces dioses, hombres de un solo ojo y terribles criaturas de cuya cabeza salían serpientes. Sesenta años recreando una fábula.
Tomó un tren y
se sentó junto a la ventanilla. Con los ojos cerrados, mientras atravesaban tierras rojizas salpicadas de oleaje amarillo, recordó las imágenes vistas en los documentales: los colores cambiantes del agua, la bravura de las olas, los fondos marinos. Respiró hondo para que el deseado salitre calara en sus pulmones sedientos de aire húmedo.
se sentó junto a la ventanilla. Con los ojos cerrados, mientras atravesaban tierras rojizas salpicadas de oleaje amarillo, recordó las imágenes vistas en los documentales: los colores cambiantes del agua, la bravura de las olas, los fondos marinos. Respiró hondo para que el deseado salitre calara en sus pulmones sedientos de aire húmedo.
Al llegar a su destino fue en busca del mar. Anduvo desorientado entre gigantescos edificios, monstruos que parecían ahuyentar el sol. Después de preguntar a varias personas, llegó hasta la playa. El mar seguía allí, ajeno al devenir del mundo. Con la sensación de vivir un mal sueño, se acercó hasta la orilla sorteando sombrillas, toallas y gente tumbada sobre la arena. El mar, su mar estaba allí, a sus pies, y lo encontró absurdo, con todo aquel escándalo, aquella gente gritando, los edificios rodeándolo como si pretendieran ahogarlo entre sus paredes.
Al despertar en el hospital no tuvo conciencia del tiempo que permaneció de pie en la orilla buscando sus dioses feroces o sus hombres de un solo ojo. Al recibir el alta, cogió de nuevo su maleta y regresó, con los ojos resecos, a su casa.
A veces no se sabe si los sueños se cumplen como una auténtica maldición.
ResponderEliminarUn saludo afectuoso.
Fantástico relato para leer en verano, yo también me quedo con los ojos resecos cuando veo según qué cosas. Un abrazo.
ResponderEliminarPobre hombre! Todas sus expectativas destrozadas por la realidad de la orilla de un mar masificado y dominguero.
ResponderEliminarMuy bueno!
Isabel.
ResponderEliminarPues para él debió de ser una maldición. Tanto tiempo soñando con el mar.
Gracias por el comentario
Gracias Maite. Esto mismo me sucede cuando voy a Benidorm, por ejemplo, que me resulta espantoso.
ResponderEliminarUn abrazo
Ana J.
ResponderEliminarAsí es, toda la vida esperando para nada.
Un abrazo
...y los sueños, sueños son.
ResponderEliminarSí, si que son sueños monstruosos, tantos años anhelando ese mar recreando esa Odisea para encontrar... la realidad.
ResponderEliminarBesitos
Mi padre (de tierra adentro) conoció el mar en su viaje de novios a Barcelona. Nunca me ha dicho qué sensación le produjo pero debió de ser buena porque, viviendo su hija en Gijón, se volvió adicto a pasear y a mirar ( luz larga, decía ) la franja de Oceano que por aquí llamamos Cantábrico.
ResponderEliminarLástima de decepción, porque de haber conocido el mar en otro momento o en otro lugar, habría descubierto que a veces la realidad supera a los sueños.
Hoy me ha dado por sacar moralejas a todo lo que leo, así es que:
"Este relato me induce a reflexionar cómo, en ocasiones, la impaciencia nos vence y por ello no llegamos a conseguir lo que buscamos".
Disculpen los autores la osadía, supongo que mañana estaré menos profunda.
Un abrazo Á.
Precioso, Elena.
ResponderEliminarMis padres, los dos, conocieron el mar (el Atlántico, en Portugal) ya de mayores. Quedaron impresionados. Por suerte no arribaron a una playa convertida en una colmena de seres humanos ávidos de sosiego...
Me encanta el mar, y también lo soñé siempre parecido a tu protagonista. Lo conocí con veinte años o así, en Vizcaya, cuando hacía la mili y no me defraudó ese pedazo del Cantábrico visto desde el monte, en un día de luz espléndida...
Mi mar sigue siendo el Cantábrico, pero más al Oeste. El Mar en Asturias... No me extraña lo que comenta Ángeles sobre la reacción de su padre... Si voy a Gijón -lo poquísimo que voy- es por pasearme el Muro y contemplar la Playa de San Lorenzo, a ser posible vacía.
Ya sé que decir estas cosas rodeado de isleños puede resultar extraño, pero los ojos de un mesetario cuyo paisaje son mares cereales y montañas azules, contemplan el mar como una maravilla casi excepcional.
Como tu personaje soy de tierra adentro y añoro el mar, cuando llego busco un rincón a solas para amarle sin miradas.
ResponderEliminarUn triste encuentro.
Besos desde el aire
Tu protagonista debía de haber venido al Norte, Elena, aquí todavía podemos disfrutar de playas semivírgenes.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el relato, sobre todo porque conseguiste, con ese final inesperado, acrecentar el impacto de la impresión al ver ese mar tan angustiado.
biquiños.
¡Qué bien has retratado la confrontación de los sueños con la realidad con su secuela de casi inevitable decepción. ¡Tantos años forjando dioses para acabar así...! Y, sin embargo, esos dioses perdura. Felicidades por este excelente relato.
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