Tiene ojeras en los brazos y un horizonte sin ojos. Y una espalda sin pared.
Ayer logró entender todo el mundo, cabalgó sobre él y lo arrodilló usando su radiante poder al servicio de la eternidad. Hoy sólo le queda el humo en la garganta del fuego de ayer, las sombras en la piel y el peso de la soledad. Hoy no entiende ni siquiera a sus manos temblorosas, a los que pasan de largo, al silencio de la papelina vacía.
No sabe si tiene los ojos cerrados o si ya ha vuelto a morir otro rato.
Texto: Carlos Díaz González
MUY bueno!
ResponderEliminarEnhorabuena, Carlos!
Maravilloso, Carlos. Estremecedor, sencillo, tierno... y real. Un abrazo y como, Ana, te doy la enhorabuena.
ResponderEliminarCuando la realidad suele ser más dura que la ficción pasan estas cosas.
ResponderEliminarDuro, pero cierto.
Saludos.
Un texto lleno de poesía, de esa que sirve para contar la realidad más cruel, también la más humana. Enhorabuena, Carlos, por este hermoso texto que nos sensibiliza y nos invita a entrar en el mundo de la decadencia humana.
ResponderEliminarMuchas gracias por tanto elogio.
ResponderEliminarUn saludo a todos.
Lírico, prosa poética pura que clama, muy buena.
ResponderEliminarUn saludo afectuoso.
Pudiste ver poesía y belleza tras el drama y la tragedia. Excelente!
ResponderEliminarMorir otro rato, todos los ratos en los que no es capaz de doblegar al mundo con el pseudopoder de
ResponderEliminarLa química .
Cerrar los ojos para no estar , porque solo vale la sensación placentera del yo inflado vacuamente , mas aun que la papelona vacía.
Á
Me parece un texto para releer y rebuscar todo lo que nos has intentado transmitir en tan pocas palabras. Evidentemente no deja indiferente este relato.
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