Automáticamente no estoy convirtiéndome más sombrío
en la erizada genética de la existencia.
Mi eterna mujer me lleva de la mano por el periplo
del pasaje boticario de las cuentas
donde ella obtiene el mejor medicamento:
las grageas de mi vecina decadencia,
proteínas para encauzar el umbral de los años.
Uno al lado del otro, ella hace de criatura
sumando las facturas que he de gastar
donde es porción esencial de ese luminoso sustento.
¡Hogaza para mi desanimo!
Ingredientes elementales para mi mundo.
No es que pretenda desgastar mi pellejo o los agitados deleites,
es que la búsqueda ha sido cruelmente perenne
¡pero tú! ,querida, la has retrasado en este fragmento
al trocear lo celeste.
Carezco de suficiente estima para saldar tu ofrenda,
la suavidad con la que me has obsequiado sin pedir nada a cambio.
Eres lo que me alimenta en cada suspiro,
compañera de trayecto, te declaro en este preciso momento
que en ninguna época dejaré de amarte.
A Silvia Rojas
Texto: Michel Manuel Canet
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