03 agosto, 2012
El patio de mi casa
El portal de casa era de madera oscura. Mi bisabuela Paula abría las dos grandes puertas de par en par cada mañana para que el sol y el aire del mar entrara y ventilara la tristeza de los malos tiempos. Sobre la puerta pequeña, la única que quedaba abierta en los días de duelo, colgaba una aldaba metálica con forma de puño. A la noche, cuando el portal quedaba cerrado, tocábamos tres y repique y mi madre dejaba caer una llave negra y pesada.
Casi todos los días, al atardecer, sonaba el acordeón de Julio, el del segundo derecha. Las notas ascendían como una serpiente por el hueco de la escalera, alejando del ánimo del vecindario las penurias diarias. Mi madre, con aquella voz suya tan cristalina, tan brillante, ponía letra a las notas que se habían colado de rondón por debajo de la puerta de casa. Por las noches, Julio tocaba las mismas melodías en una sala de baile para colorear los días grises que nos envolvían. En el primer piso dos hurones se cobijaban en su madriguera. Vestían de negro o de gris, mimetizadas con el ambiente general; caminaban cabizbajas, pegadas a la pared, ausentes de lo que les rodeaba, con el velo sobre la cabeza y el misal en la mano. Pero su vida no se ceñía solo a la iglesia. Su mayor afición se centraba en espiarnos. En cuanto escuchaban las pisadas en los escalones, corrían hacia la puerta. Si mirabas de reojo podías ver que la mirilla, redonda y bruñida, se desplegaba suavemente como un abanico y unos ojos seguían tus movimientos hasta que desaparecías de su ángulo de visión. El mayor atractivo para estas dos mujeres residía en el último piso. Ellas esperaban, acechaban, tras el ojo desplegable, la aparición de cualquiera de sus habitantes. A la Cristina, que tenía un defecto en un pie y caminaba con poca soltura, de quien se comentaba que tuvo una hija del pecado, de nombre Matilde, que me daba de merendar pan con vino y azúcar. La yaya Isabel le prohibió que se casara con el causante del pecado y eso produjo en Cristina una tristeza insondable. A mí me gustaba observar a la portera de la finca vecina. En momentos concretos se acercaba al bordillo de la acera, dejando un pie sobre esta y el otro sobre la calzada y, situándose justo encima del arbellón, ahuecaba las enaguas y de pie, con certera puntería, dejaba caer el líquido sobrante de su cuerpo. Mi edad no me permitía hacer comentarios pero la imagen ha quedado grabada nítidamente en la memoria, como otras tantas historias que se contaban en voz queda y con palabras recortadas, fruto de la época de miedos y silencios que nos tocó vivir.
Texto: Elena Casero Viana
Narración: La Voz Silenciosa
Más Historias de portería aquí.
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¡Cuánto miedo, cuánto silencio, cuánta moral al servicio de la intolerancia!
ResponderEliminarEnhorabuena, Elena.
Gracias Amando.
ResponderEliminarEs historia real. Tiempos pretéritos pero no tanto.
Saludos
Sí, así es: no tan pasados, en absoluto. De hecho, todavía nos escandalizan algunas cosas, todavía hay ciudades y pueblos levíticos, donde se clasifican los hijos (siguen naciendo hijos del pecado, aunque menos, por suerte). Y de otras cuestiones, mejor ni hablamos.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, Elena. Es casi como una película de Berlanga, o de Buñuel. Lo he disfrutado.
ResponderEliminarAbrazos.
¿A quién no le han quedado grabados estos silencios esas medias verdades, en nuestras propias escaleras, cuando eramos niños? Me ha gustado mucho, Elena. Un texto perfectamente hilado.
ResponderEliminarMuchos besos.
Elena, hoy nos traes una imagen muy conseguida de una época en la que los colores no se dibujaban. Haces un buen repaso de los vecinos, sus personajes y sus grises. No obstante introduces algún color musical. Me ha gustado este patio de vecinos, has dado pinceladas a los personajes y además has traído costumbres en desuso, aunque algunos pretendan reimplantar. La Voz Silenciosa, como de costumbre, pule tu diamante. Venga, suerte en el certamen.
ResponderEliminarHola Elena ¡qué sorpresa encontrarte de nuevo!.
ResponderEliminarHas retrocedido los relojes a una época de silencios, como bien dices, y lo has narrado de una forma costumbrista eligiendo unos personajes muy bien caracterizados.
Me alegro de leerte.
Suerte y un abrazo.
Una película en miniatura, costumbrista; de las que guarda la memoria entre algodones para que nada la estropee. Me ha gustado mucho, sobre todo el ritmo que le has impueto.
ResponderEliminarUn abrazo
Paloma Hidalgo