24 agosto, 2012
El portal
Acodado al final de la barra está un hombre que mira cómo las agujas en su tictac pasan lentas sobre las horas. Su mirada oscila entre la esfera del reloj y la que dirige hacia el gran ventanal del bar. La calle medio oscura y las aceras desgastadas le separan del portal del que no quita la vista. Su mirada es apagada, su cuerpo encogido.
Todo él parece un guiñapo. Un café solo es su única compañía. De vez en cuando juega con la cucharilla y de vez en cuando mira a través de los cristales. Sus tristes ojos no dejan atisbar su deseo, ni su figura, la intención. Allí sigue. Mientras, en el local entran y salen voces ruidosas. La tarde va pasando a la contra de las horas, rápida. El rostro de este hombre sigue impasible, cambia muy poco su expresión, atenta, alerta, sin ningún disimulo.
Entrada la media noche, del portal de enfrente sale una mujer arrastrando el cubo de la basura. Abandona presuroso el bar y cruza la calle a toda velocidad. Se acerca a ella. Hablan acaloradamente, él la zarandea de forma violenta. Ella, como puede, se separa y camina por la acera a media luz. La sigue y le increpa, ella se vuelve. En ese momento, con la más insólita naturalidad, le agrede con un arma blanca, certero al corazón. La mujer cae al suelo que cada día transitaba, en la acera un gran regato de sangre.
Él saca unas llaves del bolsillo, abre expedito dirigiéndose hasta el hueco de la escalera. Con parsimoniosa calma marca un número: “Pueden venir por mí… He matado a la portera. Hasta ayer lo fui yo”.
Texto: Carmen Martínez Marín
Narración: La Voz Silenciosa
Más Historias de portería aquí.
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Terrible lo que puede llegar a hacer el despecho. Y en estos tiempos en que los trabajos están como están, da miedo...
ResponderEliminarUn relato negro con crimen bien calculado. Ya me extrañaba a mí que ese hombre que describías hiciera algo bueno : cuerpo encogido, guiñapo, mirada en alerta...
ResponderEliminarLa pobre mujer se ha llevado la peor parte. Por despecho como te han dicho, o por la cruenta situación en la que se encuentra sin trabajo, aunque no justifique la acción, claro.
Has descrito una atmósfera intrigante hasta el abandono del bar, en el que se desatan todas las acciones muy seguidas.
Buen trabajo Cabopá. Me alegro de compartir publicación contigo.
Un abrazo muy grande.
Gracias, Ana J.por tu comentario, el despecho es algo que nos acecha...
ResponderEliminarAh, y para nada me molesta que compartas en tu muro. Por allí soy Carmencica Marín, para lo que quieras...
Besicos salados.
Gracias Laura, yo también estoy contenta de estar de nuevo en La Esfera y compartir "papel" con tantos amigos escritores y tan buenos...
Besicos salados como siempre
Se me olvidaba, quiero agradecer muy mucho a La Esfera por haber seleccionado mi texto.
ResponderEliminarComo siempre es un placer "girar" con vosotros.El hecho de ser publicada aquí ya me es muy grato, el pasar después al papel más todavía.
Guardaré con mucho gusto el libro para si algún día tengo nietos
Besicos salados desde aquí.
Qué sensación angustiosa va generando tu relato Cabopá, está tan bien narrado que casi puedo sentir cada uno de los momentos como si los estuviese viviendo.
ResponderEliminarMe alegra mucho verte por aquí y poder leerte.
Besos y un fuerte abrazo,
Intrigante hsta el final, algo raro
ResponderEliminarme inspiraba este hombre, pobre
mujer...y sin ninguna culpa. Muy bien escrito.
Un abrazo.
Parecía violencia de género, como se la llama ahora, pero este tipo de violencia derivada de la crisis podría hacércenos más familiar de lo que pensamos. Angustioso texto, Carmen, que resuelves en las últimas frases, como debe ser en los textos cortos. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarTal y como están los puestos de trabajo lo que me extraña es que esto no ocurra más a menudo. Carmen, logras con esa dilatada espera crear ansiedad en el lector por saber que esperamos. A mi me has dibujado un Hopper con el individuo en el bar mirando al exterior. Luego la trama se precipita y sorprende el motivo. Venga, nos vemos en el libro.
ResponderEliminarCada cual llevamos dentro un asesino.
ResponderEliminarBesos, Cabopá.
Tal y como están las cosas (ya sé que me repito), no sería de extrañar que empezaran a pasar cosas. En Grecia, por ejemplo, ya se ha demostrado que ha aumentado de modo notable el número de suicidios.
ResponderEliminarEl clima del relato está perfectamente conseguido, y es una muestra más de que el relato negro puede ser uno de los mejores testimonios de una época.
Me ha encantado como retratas esa espera y como resuelves el final de la historia. Plas, plas, plas.
ResponderEliminarUn enorme beso desde el aire
¡Gracias a todos por vuestros amables comentarios!
ResponderEliminarMe ha encantado participar y me gustará estar de nuevo "editada en La Esfera Cultural" en PAPEL...
Besicos muy salados para todos.
Vaya relato que haz publicado, convertiste a un hombre en demonio en solo un par de renglones. Ese final es extraordinario como así también la trama.
ResponderEliminarFelicitaciones y un fuerte abrazo desde Argentina.
¡Vaya! esperaba alguna cosa dramática, pero me has sorprendido, la verdad, matar por un trabajo, aunque tal y como está todo tampoco me extrañaría.
ResponderEliminarBesitos
Pensaba que sería un crimen pasional. Bueno, y lo es. La pasión por el trabajo, oséase, vivir. Lástima que nos lleven a apasionarnos de esta manera. Me alegro de compartir publicación, Cabopá.
ResponderEliminarAbrazos.
Carmen, no había leído tu relato.
ResponderEliminarMe ha impactado. No me esperaba este final sangriento. Con los tiempos que corren, pensar en una lucha física por un puesto de trabajo se me figura casi real y se me pone la piel de gallina.
Un relato que te agarra, te intriga, te mantiene en tensión hasta el final. Esperas algo, como el protagonista, pero no sabes qué.
Me ha gustado. Portero hasta... matar.
Un beso.
Amparo Martínez Alonso.