Remolinos
en el pelo, entradas con flequillo, gafas de pasta altruistas, brazos
velludos, manicura ingrata, cascos usados como descomplemento de
moda, revista en
dedos huesudos... Sigo grabando:
camisetas hacendadas, heridas en los pies por zapatos de solo dos usos…
Bajo la mirada, cenefa sin gracia en el suelo... Escucho a mi lado:
—¿Se quiere sentar? —Falso servicial con cara de «si
me respondes sí, mataré a tu familia y a tus futuras generaciones»
Llega
el metro.
Buena
línea. Puedo decidir asiento. ¡Tengo cuatro opciones! Me decanto
por uno con posibilidad de escapar con facilidad. Y mientras escribo
esto en un blog de notas de iPhone —no hay 3G para poder
twittearlo— a mi izquierda, una mindundi con gafas, apoya su
barbilla en la mano y me mira. Le devuelvo la mirada y no se inmuta,
me tiene fijada, cero vergüenza. Le suena el teléfono. Sigo escuchando y grabando, ¿otro
idioma? Ahhh ¡no!, es una megapija inentendible, con cháchara de
altibajos vocales. Nueva estación, se baja.
Ahora,
en el asiento de la mindundi, una veinteañera con mochila y
pantalones a juego, todo color rosa-fucsia. ¡Horror!
A
su lado una señora de unos sesenta y largos, con una pinza en la
cabeza. Apuesto el dedo corazón a que olvidó quitársela.
«Cruz
del rayo. Próxima estación» Escucho en
la megafonía del metro. —¿En
serio? Primera noticia de su existencia. No me suena — Miro el
cartel para asegurarme de que no he escuchado mal. Una parada con un
nombre que da mucho que pensar, se sube “otra que tal baila...”
Se
sienta frente a mi. Smartphone en mano, uñas mal pintadas, ñácara
que asoma. Bolsa de autoservicio chino “Typical Madrid”. Tatuaje
del que seguro ya está arrepentida, con la tinta desgastada.
«¡Un
momento! ¡Necesito mirar por donde voy! Vale, vale… calma… Aun
quedan tres paradas, aunque solo un 3% de batería VS mis enormes
ganas de escribir» Un clásico.
Vuelvo
a recaer con la mirada en el móvil de la del insulso tatuaje, que no
para de hacer un ruidito desquiciante… Todo esto, junto al calor de
un 17 de julio en Madrid, desata en mi un sentimiento que dudo puedo ser tratado por ningún psiquiatra.
¡Mi
parada! Fin de mi viaje de metro de hoy.
Texto: Sara Sálamo
Texto: La Voz Silenciosa
Texto: La Voz Silenciosa
Estupenda crónica de lo cotidiano.
ResponderEliminarLástima que quedara tan poca batería!
Enhorabuena.
Cualquier viaje en mero es apasunane, obviando el maldito calor, por supuesto. No soy capaz de escribir en un móvil ni de leer, como hacen cada vez más usuarios. Observo a los que leen, a los que dormitan, según la hora o el cansancio y, al resto, tal como lo describes. Repito un mundo apasionante.
ResponderEliminarUn beso, Sara.
Buen texto. El metro es buen lugar para quien tiene por profesión analizar fisonomías humanas. Suele haber tiempo de sobra.
ResponderEliminarCertera la observación sobre el modo en que nos hemos enganchado a las nuevas tecnologías.
Lo único que espero es que no haya muchos como el prota de la historia. Cualquier día se le acaba la batería y salimos en los telediarios.
En ocasiones es mejor ahorrarse el dinero de la entrada a un zoológico, con la consiguiente cautividad de los animales y ver el espectáculo del metro.
ResponderEliminarLos animalitos ahí están en libertad y son más exóticos.