Estábamos tumbados mirando
al cielo, uno al lado del otro. A veces, mi brazo rozaba el tuyo cuando lo
movía señalando las estrellas, tratando de recordar sus nombres.
—Venus, la más brillante,
el Lucero de la tarde antes de convertirse, ya de madrugada en el lucero del
alba; Polaris, la estrella del norte, tirando del carro de la osa menor y
haciendo girar todo el cosmos en torno suyo; La blanquísima Sirio, Antaris, Aldebarán…
Al mismo tiempo, buscaba una estrella fugaz que me permitiera pedir un deseo.
Desenfocados, los amigos nos
rodeaban sin prestarnos atención, dejándose llevar por la noche calurosa que
nos envolvía a todos.
Giramos la cabeza a la vez,
nuestras miradas se encontraron y en ese instante sentí ganas de llorar.
Acercaste la cara, y nuestros labios se unieron fugazmente y por primera vez.
Tu nariz rozó la mía y me volviste a besar. El calor de la noche se desvaneció
llevándose todo lo ajeno a ti. Entonces entreabrimos los labios y dimos
libertad a nuestras lenguas, al principio tímidamente y luego buscándose, esta
vez sí, con prisas por recuperar el tiempo perdido.
La luna nos envidiaba desde
lo alto y varias estrellas errantes pasaron sin que alcanzáramos a verlas. Ya
no las necesitábamos.
Me sumergí nuevamente en tus
ojos y te acaricié el pelo, te abracé y mordí tus labios buscando un resto de
carmín. Entonces, las luces del universo llovieron sobre nosotros y otra vez
nuestras bocas se enlazaron en un beso perfecto.
Texto: Federico Fayerman Martínez
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
Qué bonito relato, haces que lo viva mientras lo leo, además es curioso, porque casi diría que estás relatendo algo vivido por mí. ¿Seguro que tu nombre es Federico? jaja perdona la pregunta, pero es tan real...
ResponderEliminarSaludos.
Bello de verdad.
ResponderEliminarBello texto, exquisita y lujosa narración.
Felicidades por el binomio conseguido.
Una bella historia sobre el primer beso.
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