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Quizá un martes de otoño es el desasosiego, la incertidumbre, el sinvivir continuo desde la primera hora del alba hasta bien entrada la noche. Es un libro circular –su título es el último verso del poemario- porque los días son una sucesión incesante de 24 horas, ciclos pequeños que se repiten como un rosario de ayes, que empieza uno cuando acaba el otro. Es el tener el corazón en un puño esperando que la enfermedad no avance, que el dolor no crezca, que los esfuerzos sean fructíferos, que la medicación haga efecto… Es la contradicción de ver cómo alguien sufre y no querer que se vaya; es el deseo de intentar devolverle a una madre algo de la vida que ella nos insufló. La agonía lenta, repetitiva acrecentada por la certeza de que no puede haber un final feliz. Para Amando, su vía crucis particular también tiene estaciones: las horas del día. Cada hora tiene su oración, su poema. El automatismo del dolor no resta gravedad a la situación, pero crea un devenir
esperado de los acontecimientos y nos instala en la inercia, en la poco sorprendente rutina. A la vez, esta rutina particular, se ha de conjugar con la propia rutina personal: trabajar, comer, dormir, ver el fútbol, asquearse con la situación actual, amar, respirar… Puede ser que la mezcla de las dos rutinas ayude a ir superando el ciclo diario de la preocupación, pero Amando tiene otras armas con las que enfrentarse al cotidiano dolor: el amor, la fe y la poesía. Ya en Versos como Carne Amando vencía la injusticia con las mismas armas y, en este poemario, repite el trío invencible. En medio del dolor y la desesperanza la belleza resplandece: la belleza del amor –de pareja o maternal-, la belleza de la fe en Dios – Amor con mayúsculas- y la belleza de la poesía –cómo no, otro gran amor-. Amor, al fin y al cabo. Porque hasta cuando Amando nos habla de su pasión por el fútbol –pasión apaciguada por las circunstancias- nos habla de entrega, del esfuerzo de unos jugadores por un fin común; nos habla de la necesidad de hacerle ver a su madre que él no está preocupado pues sigue disfrutando de un partido. Qué sería del amor si no hubiera sacrificio, un sacrificio altruista, que sale de dentro sin esperar nada a cambio. El amor es el bálsamo que nos restablece cuando la noche amenaza con la temida posibilidad de que el teléfono brame y sólo los hombros de la amada alivian y alimentan las ganas de seguir respirando; o la fe en un ser supremo que nos apoya en esta vida y nos aguarda en la otra es la creencia que nos proporciona las fuerzas necesarias para volver a empezar un nuevo día con su vieja rutina.
En cuanto al aspecto formal del libro sólo puedo decir que Amando sigue manteniendo una pulcritud deliciosa a la hora de maquetar sus obras. El esmero volcado en estas páginas se transmite al tocarlo y, por supuesto, al leerlo. Y si nos adentramos en la belleza formal de su poemas y de sus prosas poéticas sería reiterarnos una vez más en la exquisitez con al que Amando pare sus textos. Si se me permite, me gustaría señalar que me ha parecido ver a un Amando un poco más libre hacia el final del libro y conforme se adentraba en la noche, tal vez el “cansancio” dote al poeta de una perspectiva diferente que yo he saboreado. No por ello reniega de los sonetos como el fantástico [21:31] del que no me resisto a copiar el último terceto:
Sólo siento el frenético aleteo
del pánico durante el abordaje.
Ya he sido encadenado y soy su reo.
Únicamente me queda dar la enhorabuena a Amando por esta desasosegante y, a la vez, redentora obra. También he de dar la enhorabuena y agradecer a la editorial Urania que haya apostado por Amando Carabias María.
Crítica: Anabel Consejo
Querida Anabel. Solo puedo felicitarte por tan acertada reseña. Ya dije lo que pensaba en Pavesas, así que creo que has disfrutado, como otros muchos, de esas 24 horas llenas de vida, al fin y al cabo.
ResponderEliminarUn beso enorme para ti y otro también para Amelia.
No conozco tanto a Amando, pero -gracias a la generosidad de Isolda que me regaló el libro y a Amando que con tanta elegancia me lo dedicó- voy descubriendo a una persona con una fuerte sensibilidad que logra acercarse a los demás con las más hermosas armas que un hombre puede esgrimir: el Amor y la Palabra.
ResponderEliminarYo aún estoy "viviendo" sus primeras horas -las del trabajo-, porque es un libro tan completo que merece toda la atención (y porque ni el más fuerte de los espíritus puede soportar tanta belleza desgarrada).
Te felicito por tu, llamemos, análisis :)
Un abrazo a ambos
Querida Anabel, no solo te has adelantado leyendo Quizá un martes de otoño, sino que has elaborado una crítica elaborada, detallada, lúcida y, sobre todo, sentida.
ResponderEliminarSi ya estaba deseando tener el libro de Amando entre mis manos, ahora no puedo esperar.
Gracias!!!!!
En esta casa -que es la mía, lo sé- no paro de recibir alegrías, una tras otra.
ResponderEliminarAnabel es una fortuna contarte entre mis amigas y entre mis lectores. Creo que la amistad te puede, pero agradezco de todo corazón tus palabras, así como las de los comentarios de Isolda, Mariluz y Ana.
Conseguir vuestra emoción con estos versos, es saber que no voy por mal camino y que el trabajo merece la pena.
Sí que merece la pena, Amando. Yo estoy en la lectura y para mí es pronto para opinar, pues la poesía la leo despacio y de manera diferente a un libro de prosa, pero puedo decirte que me engancha, que es profundo, que es cuidado. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarPor cierto, se me olvidó decir antes que la reseña de Anabel me parece muy acertada.
ResponderEliminarGracias a todos, pero hacer una reseña de semejante libro es muy sencillo. El mérito es de Amando.
ResponderEliminarSaludos,
Anabel
Ayer y por sorpresa llegaba a mis manos este poemario así que apenas me ha dado tiempo a ojearlo. Tengo que felicitarte a ti Anabel, por tan buenísima reseña; a Amando por la publicación de su libro y a la editorial por considerar que en estos tiempos la poesía aún sigue siendo un arma cargada de futuro.
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