18 marzo, 2013
Sentecia
En la cena, de golpe, confesé haberla engañado una vez. Por mi parte era asunto zanjado, añadí apresurado. Ella se quedó muda, observándome. Su tenedor, en suspenso, apuntaba hacia una croqueta partida. Entrecerró los ojos calibrándome, como si nunca hasta entonces me hubiera visto. Miré para abajo. Un último resto de tomate se aferraba al borde de la ensaladera, esperando —como yo— ser sentenciado. Entonces pronunció tres palabras demoledoras:
—Pásame la sal.
Condimentó el trozo de tomate y se lo llevó a la boca tranquilamente, como si nada. En ese instante me sentí más traicionado que ella.
Texto: Mikel Aboitiz
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Me ha gustado. La venganza es un plato que se sirve frío... Suponiendo que no sea un empate en el marcador, claro
ResponderEliminarDiría que duele más el silencio y la indiferencia, en estos casos, que la traición del contrario.
ResponderEliminarMuy bueno.
Besos
El traidor decepcionado lo llamaría. ¡y qué suspense!
ResponderEliminarEsa indiferencia es consecuencia de una reflexión.
ResponderEliminarUna reflexión que seguramente desembocará en despecho o en una futura venganza sangrienta.
No me fío. Las cosas no quedan así.