Nací una fría noche de invierno. Tez clara
y pelo rojo fuego. De mi mano llegaron las nieves. Contaba mi madre que, siendo
muy pequeño, anduve perdido en el transcurso de una monumental nevada.
Organizaron interminables batidas y se peinó, palmo a palmo, cada rincón sin
respiro. Días más tarde, cuando las esperanzas de hallarme con vida se
desvanecían, regresé. Aparecí descalzo, dibujando un menudo rastro de pisadas
blandas. Mis cabellos, hasta entonces como las brasas, se tiñeron canos. Nada
pude explicar de lo acontecido porque, desde ese día, no volví a pronunciar
palabra alguna… Ya no las necesitaba. Mamá murió sabiendo que algo mágico debió
sucederme. Y no se equivocó…
Ahora formo parte de otra realidad y, a
través de mis cristales de hielo, contemplo el mundo. Me divierte inventarme,
cada vez, en formas diferentes, buscando la belleza y la armonía. Cuando
las temperaturas lo permiten, me dejo caer con gusto sobre las ciudades y los
campos, y pinto sonrisas albas en sus apagados grises.
Soy feliz sintiendo como propia la alegría,
que se dibuja en el rostro de los niños, cuando aparezco por sorpresa, y
disfruto –aún más si cabe– ante el gesto de fastidio de sus padres.
Texto: Towanda
Texto: Towanda
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por contribuir con tus comentarios y tu punto de vista.
Los componentes de La Esfera te saludan y esperan verte a menudo por aquí.
Ésta es tu casa.