Comer hasta atiborrarse: ¿un festín para los sentidos? ¿Vale la pena una vida de sufrimientos sin más fin que la entrega continua a los placeres de la carne? La respuesta es no. No. Anhelamos trascender, salir de esta prisión de huesos, de este valle de sufrimientos por el que sin cesar nos movemos de aquí para allá, mi fiel compañera Enriqueta y yo. Ajenas al resto, nos atiborramos, ganamos insaciables volumen y peso. Engordarmos deseando ver el día en que dejaremos atrás las grasas inservibles y nos elevaremos, fuera de esta cárcel mundana sin rejas ni ventanas. «Ven», me guía Enriqueta en busca de más exquisiteces. Yo, la sigo torpe, pesada, arrastrándome hasta llegar a la altura de su brazo, ávida por zampar. Entoces comprobamos desilusionadas que no, que en esa parte no hay nada apetitoso que engullir. «Paciencia», me consuela Enriqueta, dirigiéndome desanimada a otro lado. «Vivir es renunciar», añade recordándome que ganaremos el cielo: «Solo esperar la salida». Porque las larvas de mosca respetamos los brazos incorruptos de las santas y confiamos en que llegará el día en que tendremos alas. ¡Entonces tendrá sentido esta vida de gusanos!
Texto: Mikel Aboitiz
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