30 enero, 2009

África

Africa suena bien: se origina con la espiración libre de la A, te muerdes los labios para sentir la mitad de la palabra y cuando la terminas hay un después.

Mejor aún cuando se canta a Africa, cuando se canta con los de allí, el sonido se propaga por el cuerpo desde la cabeza a los pies y flotas en la magia de sus cantos, vibras al ritmo de sus tambores, de las risas, de los llantos, ¡ay! el llanto de Africa.

Africa llora y mucho, la oigo desde aquí. Yo que vivo tan lejos y tan ajena a su existencia la oigo llorar. También aquí se llora por la muerte, o porque queman nuestros bosques, o porque nuestros hijos no son libres para jugar en los campos y en las costas como lo hacíamos entonces, pero es que al final ella, Africa, hace notar su llanto sobre el de nosotros.

Siempre sueño con Africa, me veo planeando sobre los árboles en las sabanas infinitas, mojándome bajo las lluvias que humedecen sus bosques, oliendo la tierra rojiza, golpeando con mis pies, en un baile frenético, a la Tierra Madre para que no se moleste, riéndome con los niños en las aldeas. Y sueño, que estando en Africa, comprendo los porqués de la consciencia.

- Africa, de tí venimos, ¿a dónde van los sueños?-

Otros no te ven, no te conocen, sólo quieren diamantes, madera, desalojar a tu gente de sus aldeas y matarlas, destruirlo todo sin pena.

Me gusta tu nombre, tal como eres, tal como somos, el nombre de siempre y para siempre, Africa.


Dácil Martín

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