09 junio, 2009

Andamana, la reina mala (III) (fragmento de una novela)

Cuando las noches enviudan son mas largas. Quizás, pierden el sentido del tiempo recordando la Luna, que con su velo blanco cubre el valle dormido. Las horas pasan lentamente, posiblemente sean las mismas, que dan vueltas y vueltas, sin querer despertar del sueño mágico. Ese sueño dormido que siempre tiene una leve sonrisa sobre la cara amable de la Luna. Pero a veces, la noche cerrada frunce su ceño y aprieta el puño golpeando las montañas. Retumba el valle aterrado, entre histéricos truenos y relámpagos, que dejan ver siniestras siluetas. Es en ese instante cuando salen los extraños animales de la noche, que se ocultan durante el día. También, es cuando sale lo peor de nosotros mismos: nuestros miedos, nuestros deseos… gritan, desesperados, queriendo respirar insistentemente el aire de la noche oscura. Sin embargo, algo esta atado a nosotros mismo, mil cadenas lo rodean asfixiantemente y en cada imperceptible movimiento, cada mínimo respiro nuestros ojos se encienden gritando a nuestro cuerpo que se sacude e incorpora violentamente bañado en sudor: son nuestros secretos.

Entre las almas vagabundas, algunas se confunde con los pastores del amanecer, que con sus mantas bordadas o pieles de cabras, delatados por el humo de sus cachimbas, siempre esperan escondidos, entre montañas la llegada de Acorán, en forma de Magec. Un largo, suave, respetuoso silbido precede el despertar y en majestad, rodeado por sus cegadores rayos naranjas, rojos y amarillos, trepa sobre las montañas.

Lejos, pero muy cerca, se alza la Fortaleza, entre abismos anunciadores de antiguos suicidios, que fueron casi siempre asesinatos. Tras la ventana, como una gárgola desafiando los abismos, surge su mirada, que parece intentar rescatar a los inocentes. Su fría figura, negra como la noche, dura como el basalto, inmóvil como la muerte, permanece inalterable sin querer soñar, como si sospechara que inevitablemente perdería algo, quizás todo, si no estuviese alerta. Siguiendo el tic tac del viejo reloj, sus pensamientos se cruzan, como si estuviese tejiendo los hilos de una tela de araña.
-¿Una araña…? ¡Una araña!
El terrible golpe acabó, fulminantemente, con la vida de aquel anciano insecto, que se tambaleaba por las esquinas del palacio. Maldecidos, siempre, los insectos y lagartijas que salían de la tierra eran tan odiados como temidos. Al fin y al cabo, no dejaba de ser una de las tantas formas en la que aparecía Guayota.

3 comentarios:

  1. Me quedo con el primer párrafo, es suficiente, tiene muchos aciertos. Te deja con las ganas y te abre muchas puertas. Dicen por ahí: No intentes aclarar que oscureces. El texto íntegro es muy largo para un post. Felicidades. A este ritmo ya tienes la novela publicada entera por internet.

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  2. Ok, Gracias por tus recomendaciones, las tendré en cuenta.

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  3. Muy sugerente. Me gusta ese ambiente nocturno,ese paisaje que se alza como protagonista.

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