26 agosto, 2011

Un hombre libre


El prisionero número 65044 fue sacado a culatazos del barracón por dos soldados, para ser llevado en presencia del comandante del campo. Cruzaron el patio por el que deambulaban decenas de cuerpos sin alma, enfundados en mugrientas bandas claroscuras, hasta llegar a las dependencias del oficial. Los soldados cerraron la puerta del despacho al salir, dejándolos a solas.
– ¿Sabes por qué te he mandado llamar?
–No, señor–. Respondió el prisionero con una sonrisa relajada en sus labios.
–Vengo observándote desde hace semanas…– dijo mientras tamborileaba con sus dedos sobre la funda de cuero de unos prismáticos. –… y hay algo que no alcanzo a comprender.
El oficial se levantó de su escritorio y se situó frente a su interlocutor que permanecía de pie. El prisionero le mantuvo la mirada sin ningún atisbo de tensión en sus facciones.
– ¿De qué se trata, señ…?– un puño enguantado se estrelló contra su boca, derribándole al suelo.
–Se trata de esa puta sonrisa judía
con la que desafías a mis hombres a diario–. Se aproximó a la ventana desde la que acostumbraba a observar el patio. – ¡Mírales! Ellos no sonríen. ¿Es que acaso trabajas menos que ellos? ¿Tu ración de comida es mayor? ¿Es más cómoda tu litera?
–No, señor… –Hizo una pausa para limpiarse, con la manga ennegrecida de la chaqueta, la sangre que le brotaba de los labios. – …me obligan a trabajar doce horas al día, a comer dos raciones de sopa aguada y a compartir las tablas de mi litera con otros quince compañeros de barracón… – El oficial alemán, sin dejar de mirar por la ventana, estiró su mano derecha hasta la funda donde portaba una Luger semiautomática. –…me han separado de mi familia, me han robado todos mis bienes, me maltratan y me humillan a cada momento, han acotado con alambradas el espacio por el que puedo moverme... –Al soltar el seguro, la pistola emitió un leve chasquido metálico. –… mi propia vida está en sus manos. Y aún así sonrío, porque mientras siga consciente, soy libre de decidir de qué forma me afectan las experiencias que vivo. Eso, por más que lo intenten, señor, nadie me lo puede arrebatar.
El eco del disparo se propagó por todo el campo de concentración. El comandante observó la pistola que empuñaba mientras se cuestionaba acerca de su propio grado de libertad. Trató de convencerse de que las palabras de aquel judío no le habían afectado en absoluto.
Texto: Pedro Manuel Alonso Da Silva
Narración: La Voz silenciosa

10 comentarios:

  1. Un texto muy bueno Pedro. Enhorabuena.

    Besos desde el aire

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  2. Me gusta el relato por cómo está contado. Felicidades para el autor.

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  3. Un buen relato, bien escrito, digno de una historia mayor.
    Enhorabuena.
    Bienvenido a La Esfera, Pedro Manuel

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  4. Muy bueno. Me gusta esa sonrisa, la decisión de mantenerla. ¡Qué gran poder provocador tiene la sonrisa!
    Un saludo afectuoso.

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. Viktor Emil Frankl cuenta en su libro : el hombre en busca de sentido, que la verdadera libertad no consiste en elegir lo que nos gustaría que nos pasara, sino en la capacidad de poder elegir la actitud a tomar ,en cada una de las cosas que nos pasan.Este relato me ha recordado este libro, me ha gustado mucho

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  7. En efecto, muchas de las experiencias que nos toca vivir no dependen de nosotros, o al menos no de manera absoluta.
    Sí que podemos elegir, siempre, nuestra respuesta. No necesariamente en un primer momento porque algunos zarpazos extremadamente dolorosos e inesperados necesitan su tiempo para ser elaborados y para, libremente,poder decidir seguir luchando en vez de caer en la desesperación.

    (Lo dicho, hoy podría haberme dedicado a la predicación). El relato me parece bueno y ¿cómo no?, muy ilustrativo y con una importante moraleja. Tendré que reírme de mi estilo pedante-curil, a ver si se me pasa.

    UN saludo Á.

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  8. Un texto que nos habla de los valientes anónimos. Qué suerte para la Humanidad que existen.

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  9. Soy libre de decidir de qué forma me afectan las experiencias de los que vivo. Eso, por más que lo intenten, señor, nadie me lo puede arrebatar...

    Fantástico, fantástico.
    No me extraña -visto desde la perspectiva de la inutilidad cavernícola y asesina nazi- que aquel hombre fuera tan peligroso. Lo más peligroso del mundo. Incluso, según se deduce de la última línea, disparó un poco tarde.

    Enhorabuena Pedro

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  10. Para bien o para mal, el poder innegable de una sonrisa. Me he acordado de la frase de G.G. Márquez, en el otro lado de la moneda.

    “Nunca dejes de sonreír, ni siquiera cuando estés triste, porque nunca sabes quién se puede enamorar de tu sonrisa”.

    Ailema del Revés

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