06 septiembre, 2011

Frío verano


Bajo el epígrafe de relatos de verano, uno espera encontrar mar, sol, playa… Siento desilusionarles desde el principio. Mi padre alquilaba todos los estíos un apartamento, así lo denominaba él, era un ejemplo claro de ironía. La playa era un valle verde, frondoso, colonizado por inmensos rebaños de pinos, eucaliptos y robles centenarios. El mar un río angosto, que serpenteaba caprichoso entre la maleza, escondido,  invisible algunas veces, poblado de lodazales, bulímico unos días, anoréxico otros. El sol nunca fue capaz de demostrar su poderío en esos lugares y acomplejado sólo se dejaba ver un par de horas al día. La lluvia era la princesa de esos territorios, y se manifestaba jocosa, disfrazada de
todas sus vestimentas:   llovizna, chaparrón, chubasco, aguacero, tormenta, diluvio. Igual que el frío, él era el rey; aprendí que el frío, además de frío,  puede ser afilado, escarchado, gélido, glacial. Ya pueden atisbar que el mío era un verano adjetivado, de matices. Ahí nació mi pasión por las letras. En ese hórrido paraje las leyes de la naturaleza no tenían jurisdicción.
Cargábamos el coche el primer día de agosto, maletas, cajas y baúles desbordados de libros -a papá le gustaba leer-, y un par de bolsas de ropa. No anticipen, nada de bañadores, ni caribeñas bermudas, nada de castillos de arena. El vestuario veraniego consistía en dos pantalones de pana gruesa, tres jerséis raídos de vellón, un impermeable y dos pares de botas de agua. Mamá se despedía de nosotros simulando tristeza y  ataviada con su máscara de lloros sentenciaba: “no puedo ir hijo, el reuma, ese frío no puede se bueno para un ser humano”.
Mi padre decía que el apartamento –una casona destartalada- era antiguo. Si utilizamos el lenguaje con precisión yo diría que era una ruina. El tejado tenía goteras, las paredes desconchadas, las vigas carcomidas, las puertas y las ventanas no encajaban, y hacía frío, mucho frío. No les hablaré del jardín ni del baño, ellos solos darían para un nuevo relato. Nada más llegar papá empezaba a leer: leía de día, leía de noche. Sin reloj y sin el sol como referente, nunca sabías que hora era, y eso me tenía acongojado, me invadía una sensación extraña, como si el mundo no fuera mundo. Yo también leía, no dejaba de leer:  leía los caminos de las hormigas, el vuelo circular de los buitres, la dirección del viento, las huellas de los corzos; leía las ondas de la lluvia en la tierra mojada, el tintineo de los robles, el serpenteo del camino; leía el miedo en mis ojos y leía el frío. Allí aprendí que los árboles tienen nombre, y que el viento sopla de!  todas partes y de ninguna.  Mi padre preso por la zangarriana, salía del letargo, de su parálisis, una o dos veces por semana. Se levantaba de la mecedora y como si de un espectro se tratara, se acercaba cansino y acariciaba rítmicamente mi coronilla. Siempre repetía la misma frase “¿toda va bien Pablo?” –yo cabeceaba, intentando esbozar una sonrisa-. Uno, dos, tres segundos y repetía el mismo sainete “hijo, esto es el Paraíso”. Qué ejemplo más claro de eufemismo, o de sarcasmo, según se mire. Llegué a creer que estaba allí solo, que mi padre era etéreo, un holograma, y aquellos veranos un rito iniciático, una prueba del tribunal del destino.      
Pero después del verano siempre llega el otoño,  y recuerdo los primeros días de escuela, y aquella redacción explicativa de las vacaciones que Don Marcial, el maestro, nos exigía. Escuchábamos desganados aquella retahíla  de pimplarías, de historias mortecinas que desgranaban mis compañeros, llenas de sol, playa, y verbenas pueblerinas. Había que pagar ese tributo esperando mi relato: yo siempre era el último. Convertido en discípulo aventajado de Poe, desgranaba mi historia, donde las criaturas más fantásticas se mezclaban con los monstruos del averno. Se quedaban fríos, sentían miedo. El mismo frío y el mismo miedo que yo pasaba en aquel maldito apartamento. Recuerdo aquellos veranos como si se tratara de una película de terror, rodada en cinemascope, muda, en blanco y negro. Ese frío forma parte de mi vida, como los aplausos de mis compañeros y los parabienes de Don Marcial, el maestro. Al finalizar la clase, los más allegados me interrogaban “Pabl! o, de verdad, ¿en qué playa has veraneado?”. Yo los miraba fijamente y aguantando la tensión  respondía: “Es un secreto”. No les perdía de vista: auscultaba sus  miedos  y  también su frío.
Texto: Xavier Blanco
Narración: La Voz silenciosa
Más relatos de verano aquí

13 comentarios:

  1. Enhorabuena de nuevo Xavier por esa capacidad tuya para embrujarnos con ese ritmo de tu prosa que camina sin pausa, pero sin precipitaciones. De nuevo la versatilidad de las palabras nos ayuda a incorporarnos a ese frío gélido aún en verano a la sensación de orvallo que moja lentamente hasta los huesos, y el crujido -casi un lamento- de las maderas de ese caserón ruinoso.

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  2. Creo que esos veranos marcan huella y no el que transcurre en los apartamentos playeros de hoy en día, que no guardan secretos. Me ha gustado mucho tu relato, su tono sarcástico y tu dominio manifiesto de las palabras, para usar las justas.

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  3. Excelente, Xabier. Un texto que se cuela hasta los huesos para sentir ese frío húmedo que ruge en medio de la inmensa soledad.

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  4. Muy bueno, Xabier, excelente dominio del lenguaje. Discrepo con Mallén: en cualquier lugar en el que haya personas se esconden los secretos.

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  5. Me ha gustado mucho, un texto singular sobre los veranos de la niñez, en soledad, y al capricho de los adultos. Enhorabuena

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  6. Que dominio de las palabras, creo qu todos hemos estado dentro de ese verano y deseando salir, me ha gustado mucho la parte del colegio. Felicidades.

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  7. Xavier:
    No sé si es que cada día escribes mejor o si es que a medida que te vvoy leyendo más me voy introduciendo en tus textos con más ahinco. Este de hoy es magnífico y admeás me gustaría haberlo escrito yo, porque "el paisaje en blanco y negro2 que describes con todo lujo de detalles, es una de mis sencillas y poco descriptivas frases favoritas para describir el lugar en el que habito.

    Ayuda a concentrarse con la escritura, aunque aquí la gente sale corriendo al mar cuando elmás pequeño rayo de sol se escapa entre las nubes.

    Más hermoso ha sido leer todas las cosas que leíste y que no están enlos libros, esas son las que tengo que empezar a buscar.

    Gracias, felicidades y un abrazo Á.

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  8. Amando,
    Me gusta ese papel que has asumido de maestro de ceremonias, de romper el hielo en cada entrada, de dar la primera opinión, como ese maestro que arropa, que ayuda, que da confianza al alumno…gracias por el comentario.

    Malén,
    Todo queda, todo marca, todo sedimenta el pozo de los recuerdos. Gracias por los comentarios.

    Marcos, me alegro de volver a escuchar tus comentarios. Ese frío es la soledad de un niño, que te cala hasta los huesos, que te hace sentirte nada ante la inmensidad d ela naturaleza…

    Lucrecia,
    Las palabras nos permiten crear esa atmósfera, y sentir ese frío y ese miedo. Gracias.

    Dacil,
    ¿Te ha gustado? Ya hemos cubierto objetivos. Soledad y niñez, que mala combinación…Gracias.

    Yolanda,
    Barajé un par de finales. Pero al final pensé que ese soledad, ese frío, ese miedo, se merecían un triunfo, una satisfacción. Gracia.

    Ángeles,
    Ya un día te comenté que escribía especialmente para escuchar tus comentarios. Me ruborizas, me entra frío y miedo…escénico. Muchas veces el blanco y negro está lleno de matices, de colores escondidos, hay que leer el cielo, la luna, las nubes…hay que seguir buscando esos unicornios alados…están ahí, en tu blanco y negro. Gracias mil.

    Un abrazo fuerte a tod@s.

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  9. Impresionate dúo. Xavier y La Voz Silenciosa. Sintonía absoluta.

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  10. Gracias a la Voz Silenciosa, gracias a todos. Sentir los textos en esa voz impresiona, parece que cobran vida, se suceden los fotogramas, como si fuera una película "aunque sea en blanco y negro"...Sientes frío, pero este no da miedo, es como un frescor, como si después del verano llegara la primavera...
    Un abrazo

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  11. Las gracias a todos vosotros, por acogerme así. Es un placer enorme. De verdad, pero espero no hacerme pensado. Quizá vendría bien un descanso de mi voz, ¿no?

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  12. Por supuesto quise decir PESADO no PENSADO. Corrección en el escribir que se llama.
    Un abrazo

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  13. Estimada Voz Silenciosa, me parece que aunque pidas vacaciones, no te las queremos dar. Tu labor en La Esfera no puede ser sustituida.
    Lo sentimos.

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