24 agosto, 2012

Pasión ciega


Ella vive en el tercero, tan sólo un piso más abajo, pero accede al bloque por una escalera distinta y desde otra calle. Empezó a amarla poco después de instalarse en el edificio, hace poco más de un año. Fue el día descubrió, por el capricho de una corriente de aire, el olor que emanaba de sus guisos y que desde entonces asciende, puntual a determinadas horas, en una mezcla exquisita de ingredientes exóticos. Le cautivó también su voz, hasta tal punto que por nada dejaría de escucharla mientras interpreta una canción tras otra, todos los sábados por la mañana, en un idioma extraño.

Nunca hasta la fecha había visto su rostro, aunque se había ido formando una imagen de ella, inspirada vagamente en la que proyecta su silueta, difusa tras el vidrio esmerilado de la cocina, la única pieza del piso que da al patio de luces aparte de la galería; desde ésta la espía muchas noches agazapado junto a la lavadora, para no ser visto.
Hoy, al regresar de la oficina y después de varias tardes consecutivas de idas y venidas por la acera, se ha armado de valor y ha penetrado como si tal cosa en el vestíbulo de la otra escalera. Después de despistar a la portera diciéndole que acudía a la visita del dentista del entresuelo, se ha dedicado a escudriñar uno a uno los rótulos de los buzones, hasta que por fin ha averiguado su nombre, así como su profesión: “Irina Ivanovna, profesora de ruso”. Tras una breve vacilación, ha introducido en el cajetín una nota que llevaba plegada en el bolsillo, con el siguiente texto manuscrito: “Jamás te vi y en cambio te conozco, no te conozco y en cambio te amo”, un fragmento de un cuento de Hermann Hesse que grabó hace años en su memoria y cuyo título no recuerda, como también ha olvidado la triste suerte que corrió su protagonista.
Temiendo ser descubierto por algún vecino, se ha dirigido a grandes zancadas hacia la calle, despidiéndose apresuradamente de la portera, quien le ha seguido extrañada con la mirada. En el preciso instante en que se disponía a salir, la puerta vidriera se ha abierto y ante él ha aparecido una anciana pequeñita, tocada con un sombrero de astracán, de rostro agradable y ademán refinado, quien le ha saludado con una leve inclinación de cabeza y, con un tono de voz que le ha resultado familiar, le ha deseado amablemente las buenas tardes.
Texto: Joaquín Valls Arnau
Narración: La Voz Silenciosa
Más Historias de portería aquí.

7 comentarios:

  1. Una historia de amor muy bien escrita, donde los sentidos tienen un gran protagonismo: El olfato de los guisos le enamoró (jeje); El sonido de su voz; La vista esmerilada, donde las formas toman la piel que le pone el que mira ¡desde detrás de la lavadora! (muy bueno eso). Lo bonito de la historia es que no se sabe la edad del protagonista. Pensaré que podrá disfrutar de la cocina rusa, sin sexo. Venga, una historia tierna, distinta.

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  2. Una historia original, tierna y que pulsa las cuerdas de los sentidos.
    Me ha gustado mucho, mucho.

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  3. Sí que es una historia deliciosa, un amor de sentidos alternativos, el olfato. Me recordó a los amores virtuales, que también tienen algo de esmerilados y uno siempre puede encontrarse con sorpresas como estas.

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  4. Siempre se ha dicho que el sentido más evocador es el del olfato.

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  5. Calamanda Nevado26/8/12, 17:19

    Joaquín tu relato es muy descriptivo y ameno.Suerte y hasta otra.

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  6. Tu descripción es fantástica a la vez que amena, con un final digno de un escritor consagrado.
    Un abrazo.

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  7. Os agradezco vuestros amables comentarios a éste mi primer relato que se publica aquí. También a quien le ha puesto voz, por esa magnífica narración.
    Abrazos.

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