24 abril, 2012
El jardín de las primaveras perdidas
"Hacía tiempo que Sofí deseaba desarraigar todo lo que crecía jardín adentro, liberar la tierra de las malas hierbas era como liberarse a sí misma de la hipocresía. No pretendía ahondar en los motivos que se escondían tras este anhelo, lo cierto era que, la sola contemplación de aquel vergel, le desgarraba el alma; cada flor representaba la pérdida de una caricia nueva, cada semilla germinada era un reproche a la propia esterilidad de su relación. Durante años, Luis y ella derrocharon tiempo y energías cultivando begonias, pensamiento, silencios, azucenas, renuncias, gardenias, apariencias... Fue así como sus cincuenta primaveras quedaron reducidas a un ramillete de flores secas.
Todo empezó con aquel árbol,
su suegra lo plantó junto a la casa como un guardián; parecía florecer solo a instancias de los continuos cuidados y abrazos de Luis; rió compulsivamente al recordar la imagen, su risa pronto perdió el disfraz y durante unos minutos fue solo llanto ¿Cómo confesar que competía por amor con un árbol sin que la llamaran loca? Últimamente sus raíces, se habían extendido peligrosamente bajo los cimientos de la casa, se aferraban a ella como garras perforando cañerías y baldosas; Luis inventaba excusas para todo con tal de conservarlo y allí seguía erguido, arrogante, provocador, intolerable. Siempre creyó que era algo así como el álter ego de su suegra.
Sofí entró en la casa decidida y salió armada con una sierra eléctrica.
-¡Tiempo de morir maldito!- Gritó enajenada, mientras lo seccionaba con la sierra; no se detuvo hasta verlo caer definitivamente vencido a sus pies.
Exhausta y triunfante, se tendió sobre la hierba a contemplar complacida la ausencia de su enemigo, era solo el comienzo… Y todo lo que hasta entonces fue dejó de ser en aquel instante."
Texto: María Isabel Machín García
Narración: La Voz Silenciosa
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Hay personas (más de las que parecen), cuya misión es ahogar la libertad y el amor de sus hijos, y más que dejarlos crecer, prefieren asfixiarlos o atrofiarlos.
ResponderEliminarArrancar las malas hierbas suele ser tarea infructuosa, enseguida vuelven a crecer,espero que tu árbol no retoñe para que puedas disfrutar de ser tú misma. Me gustan tu relato.
ResponderEliminarSaludos
Un rato agradable con la lectura de tu relato y un café.
ResponderEliminarDicen que nunca es tarde si la dicha es buena.
Felicidades..
Tienes toda la razón Amando, e incluso, hay presencias que no se ven pero que están ahí afincadas en lo más profundo; errores en la educación que generan conductas indeseables.Una gran responsabilidad la de se padres. Antes de lo que esperamos, a las madres, nos toca improvisar ese ingrato papel de "suegra" repitiendo los roles de conductas que tanto condenamos un día.
ResponderEliminarEs bueno ser árbol y que los hijos sepan que pueden descansar a tu sombra en medio del duro camino, pero siempre al margen, allí donde podamos envejecer sin dejar de crecer y sin que nuestros arraigos causen destrozos.
¡Dificil tarea amigos!
Querida Paloma, gracias por tu comentario. Creo que mi mayor temor sería convertirme, de alguna manera, en el reflejo de ese árbol.
ResponderEliminarUN ABRAZO.
Aniagua, la imagen que describes:
ResponderEliminar"Un rato agradable con la lectura de tu relato y un café"... me gusta mucho, ser parte de ese momento me hace feliz. Gracias.
Relaciones malsanas, malas hierbas.
ResponderEliminarHermoso texto, aunque destila resentimiento. Como la vida misma.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias por tu comentario Ana, siempre es un estímulo.
ResponderEliminarPinceladas de resentimiento y de belleza, extraña mezcla liberadora; ocurrre con casi todo el arte, de alguna manera sanea el espiritu y aunque la historia no sea personal,todo lo que escribes termina siendolo.
Un abrazo.