Las plumas de colores desaparecían con el viento, que como el tiempo comenzaba a agujerear cada traje. Sus ojos miraban todo aquello y comprendía que cada acontecimiento supondría un cambio en cada camino, en cada paso titubeante.
En una cafetería inconcreta el sonido de un pájaro moribundo era acallado por el eco de las risas y los coches atravesando la carretera mojada. Mil rostros congelados en este instante, vuestras caras estáticas en un travelling confuso entre una mesa y el cielo repleto de nubes.
El último adiós, resoplas sobre una ciudad inventada. Tras las ventanas de los edificios puedes ver un recuerdo diferente, en cada uno un instante claro o borroso, olvidado o perdido. Y caminas sobre el asfalto, mientras los coches pasan a centímetros de tu cuerpo, invisible.
Algún día mirarás las imágenes y pensarás que has malgastado tu tiempo observando, dejando que los acontecimientos pasen como un tren sin maquinista, como un río de aguas cristalinas en el que nunca te has bañado.
El violín vuelve a sonar, ascendiendo su sonido sobre la ladera de una montaña, meciendo la hierba. Alzas la mirada hacia el cielo y trazas con tu mano un dibujo que une cada estrella, todas lejanas, sobreviviendo a millones de años luz de distancia. Y entonces recuerdas que aunque las mires es posible que ya no estén ahí, que su luz sea el único vestigio de su existencia… Un simple recuerdo del universo.
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