Al zapatero de mi barrio le faltaba una pierna. A mi barrio también le faltaban muchas otras cosas. La zapatería estaba inundada de zapatos rotos y zapatos arreglados, también de fotos de mujeres desnudas que nunca permitieron ver el color de las paredes. Las tetas que aparecían en aquellas fotos eran grandes y aumentadas por el abombamiento que tenían las paredes consecuencia de la humedad. Era una zapatería muy pequeña, sin mostrador. El zapatero cojo siempre estaba sentado en la puerta de su desordenado negocio en su banqueta verde, con zapatos rotos en la mano intentando que renacieran. Mi barrio era grande, pero mi infancia transcurría en un entorno pequeño, alrededor de la zapatería, que olía a cuero, cola, pegamento, a patas sudadas y humedad. Mi barrio también era humilde y desordenado como la zapatería que al entrar te impactaba el derrame de colores sucios de los cientos de zapatos que habían tirados por el suelo. El zapatero llevaba en el barrio toda la vida, dicen que había llegado hacía mucho tiempo, yo no había nacido. Mi barrio había surgido hacía muchas décadas. Me contaba mi padre anécdotas de cuando las calles no estaban asfaltadas y de cuando el rico del barrio se compró el primer coche. Luego los coches aparcaban hasta en la acera. Nadie sabía como había perdido el zapatero su pierna y era extraño en un barrio donde todo el mundo lo sabía todo. Al zapatero no le faltaba un trozo pequeño de pierna, le faltaba la pierna entera, desde la ingle. A mi barrio también le faltaban muchas cosas, aunque también tenía como todos los barrios una iglesia, varios bares, un puticlub y hasta un relojero. El zapatero pasaba todo el día sentando en su banqueta trabajando en la puerta de la zapatería tratando de revivir los zapatos de los clientes. Mientras trabajaba, a su entorno se reunía una camarilla de jubilados, que charlaban casi siempre de palomas. En las azoteas del barrio había muchos palomares. Los palomeros disfrutaban limpiando la mierda de sus palomas y mataban el tiempo viendo como volaban. Cuando el zapatero caminaba lo hacía con gran soltura, con una muleta larga de madera que apoyaba bajo el sobaco. La muleta tenía muchos complementos de cuero y rellenos de material de la zapatería que le había adaptado para amortiguar su peso. Mi barrio salía adelante, vivía gente trabajadora, buena gente en su mayoría. Cuando crecí me marché. Los tiempos han cambiado, la gente no arregla zapatos, los tira y compra nuevos. Ya no existen relojes de cuerda, sino digitales. La relojería está cerrada, el relojero creo que perdió la vista por estar siempre con el ojo tras la lupa. La zapatería también cerró, pero el barrio ha cambiado poco. Pasaré por el puticlub, igual sigue abierto, ya soy mayor y puedo entrar. Espero que las putas hayan cambiado ó que estén las hijas de las que estaban antes. Allí solía ir el zapatero, si sigue vivo y me lo encuentro le preguntaré si la profesión lo eligió a él o el la profesión, pues resulta irónico que un zapatero solo utilice un zapato.
Texto: Francisco Concepción
El que mucho quiere abarcar poco aprieta. Un texto muy pretencioso. Rememorar la infancia, describir un barrio desde el recuerdo de la cojera de un zapatero, al zapatero… crecer y partir, volver al barrio y analizarlo desde la distancia en un texto tan corto, es un juego de malabares. Corres el riesgo de que se te caiga. Se mantiene en pie con dificultad, pero parece que funciona.
ResponderEliminarOlá,
ResponderEliminarGostei da sonoridade do seu idioma e do ambiente da história que vc contou.
Tem a magia dos contos infantis.
É bonito e sensível.
Até mais,
Cris
REZUMA NOSTALGIA, ME TRANSPORTA A MI BARRIO EN EL QUE NO HABÍA ZAPATEROS PERO SÍ UNA TIENDA DE ALIMENTACIÓN CON UN TENDERO BARBILAMPIÑO, SU MUJER FLACA Y SU MALCRIADA HIJA Y ME GUSTA ME GUSTA MUCHO. SIENTO CONTRADECIR A ALCATRAZ, IGUAL NO VIVIÓ EN UN BARRIO POBRE AL QUE LE FALTABA MÁS DE UNA PIERNA.
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