18 marzo, 2009

JUEGOS PELIGROSOS

Siempre que paseo por la ciudad procuro no pisar la junta de las baldosas, intento que la planta de mis zapatos se posen en el centro exacto de cada mosaico. Camino pensando que me encuentro sobre un gran tablero de ajedrez librando una sangrienta partida y que soy un peón poderoso que avanza por el tablero sorteando los obstáculos que van apareciendo –gente, perros, farolas y hasta bicicletas- que trato de sortear con estrategia segura, para que mis pies no salgan del cuadrado de cada baldosa, de lo contrario moriría.



Aunque habitualmente empiezo a contar las baldosas que piso, nunca termino, siempre me pierdo en mis pensamientos y uno de los más habituales es aquel en el puedo tener una aventura amorosa con los diez hombres que elija de los que me encuentre a mi paso hasta el final de la calle. Lo malo es que a veces me pongo retos complicados y lo hago en calles muy cortas y me tengo que acostar con tíos despreciables, pues no encuentro género suficiente para elegir. Otro reto es elegir mi modelo de coche entre los que se encuentran aparcados junto a la cera por la que camino, poniéndomelo difícil en barrios marginales y en calles pequeñas y termino con un coche de mierda destartalado.




Pero hay un juego que me asalta y viola constantemente mis pensamientos y al que no quiero jugar. Aunque me niego y miro hacia otro lado, mi yo no controlable juega sin autorización, aventurándose a juguetear y elegir como acabar mis últimos días entre el conjunto de desfavorecidos que me encuentro en mis paseos por la ciudad. Y dudo entre los indigentes con pantalones meados y cagados, entre los yonquies esqueléticos que deambulan como almas malgastadas hacia el purgatorio, entre alcohólicos rotos que duermen junto a un tetravit con billete hacia la expiración, que esquivo enérgicamente en mi particular partida de ajedrez. Pero también quedan aquellos a los que se les marchó la cabeza y dejaron en este mundo un bulto de carne y huesos que posiblemente en otro tiempo fue objeto de deseo sexual y ahora produce asco, o a los creativos de historias que pretenden sacarte unos euros con sus mentiras lastimeras en tu camino. Es un juego complicado. Jugar no es siempre divertido.

Texto: Francisco Concepción Alvarez

2 comentarios:

  1. Jugar es un verbo extraño que en el adulto pierde inocencia y gana ansiedad

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  2. A mi me gusta decidir quiénes de los que me cruzo por la calle son asesinos en potencia y quiénes lleva una doble vida.
    Da para mucho, jamás te aburres. Pero no sé si se puede equiparar a caminar sin rozar las juntas de las baldosas.

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