04 mayo, 2009

La Visita

Dejamos los coches en la carretera y bajamos a pie. Era un camino serpenteante donde cada tramo y cada piedra supondrían para ellos el hilvan de sus vidas y de sus recuerdos. La casa estaba intacta en el tiempo, se apoyaba en un peñasco que daba la espalda al acantilado, y al mar, de modo que las ventanas y la puerta asomaban a una ladera escarpada y labrada de bancales que excavados en el terreno rocoso, y con sus propias manos, les había permitido cultivar en los únicos lugares que habían sido despreciados. Al igual que sus anfitriones la vivienda era sencilla y pobre, contaba con una sola habitación dividida en rincones por cortinas antiguas. Colgaba de la pared un retrato de unos novios en el día de su boda, y un ramillete de flores de plástico que adornaba el marco. Los ojos claros del novio permancían profundos en el viejo. Ella limpiaba a cada instante sus manos gruesas de campesina en el delantal; nos ofreció café, y lo sorbí mezclado con los aromas silvestre del entorno que sabían a tierra húmeda y a incienso.
Nos contó entonces el viejo que la playa se llamaba La Playa de la Muerte, porque una viuda había perdido ahogados a sus dos maridos: el primero al intentar rescatar a su hijo, a quien salvó antes de morir; el segundo también por la mala suerte. Una tragedia que todavía flotaba en las revoltosas aguas que rompían al pie del acantilado. Luego el hombre se sentó en el banco de piedra, selló su boca con la pipa y sólo tuvo ojos para el visitante de honor su nieto, a quien acompañábamos desde la otra Isla, el lugar a donde habían marchado todos aquellos que entonces, buscaban otro futuro que no fuera aquella tierra brutal.
La caída de la tarde y los balidos de los animales anunciaron nuestra ida. En la última curva del camino miré atrás, y allí estaban aún los ancianos despidiéndose.

Texto: Dácil Martín

2 comentarios:

  1. Muy bueno. En la vida sencilla existen cosas maravillosas. El universo entero cabe en lo simple.

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  2. Tienes un toque especial para que la naturaleza sea reflejo de las personas que la habitan y que éstas impregnen a esa naturaleza de sus características.
    Esas olas rompiendo en el acantilado te acompañan más allá de la lectura junto con el recuerdo de la viuda, de los viejecitos.
    Estupendo.

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