Estaba roto. Le dolía la espalda, la cabeza, las articulaciones… había perdido la sensibilidad, no se sostenía en pie. No comía, no cagaba y ni las mujeres lo estimulaban. El padecimiento lo devoraba a mordidas sangrantes. Y sus amigos que gozaban de la existencia con salud, ignorantes del tesoro que poseían, un regalo que la vida les habían concedido, trataban de animarle superficialmente en su ignorancia sobre el padecimiento del dolor físico. Y con palabrería ligera le decían que no se preocupara, que tenía buena cara... y que siendo positivo y poniendo de su parte, su dolor y sufrimiento desaparecería, sanaría.
Sacó fuerzas y consiguió ponerse en pie, levantarse hasta el martillo con el que tiempo atrás había disfrutado haciendo bricolaje, y se acercó a uno de esos amigos que alegremente le decían que su dolencia era solo cuestión mental; y le aporreó con rabia física el dedo gordo de la mano derecha, que de inmediato hinchó y enrojeció como un semáforo con latidos intermitentes. Su amigo atónito y desactivado le miró a los ojos buscando una explicación. Y este le dijo: -No creas que te duele, es solo cuestión de positivismo. Si enfrentas el dolor de forma positiva no te dolerá. Verás como todo lo que estás sintiendo es fruto de tu poca espiritualidad.
Sacó fuerzas y consiguió ponerse en pie, levantarse hasta el martillo con el que tiempo atrás había disfrutado haciendo bricolaje, y se acercó a uno de esos amigos que alegremente le decían que su dolencia era solo cuestión mental; y le aporreó con rabia física el dedo gordo de la mano derecha, que de inmediato hinchó y enrojeció como un semáforo con latidos intermitentes. Su amigo atónito y desactivado le miró a los ojos buscando una explicación. Y este le dijo: -No creas que te duele, es solo cuestión de positivismo. Si enfrentas el dolor de forma positiva no te dolerá. Verás como todo lo que estás sintiendo es fruto de tu poca espiritualidad.
Qué buena ilustración para un texto tan crudo, tan desgarrado.
ResponderEliminarLas buenas intenciones vacías y cobardes -qué miedo nos da reconocer el dolor ajeno- a menudo machacan más que la sinceridad, más que ese martillo que golpea la cabeza del hombre y el dedo del amigo del protagonista.
Seamos prácticos: si no te atreves a decirla verdad, mejor no hables.