Vivía para comerse el mundo. Nada lo saciaba. Su capacidad para digerir crecía por días. Pisaba fuerte, sin tratar de apabullar a nadie, nunca lo pretendió, pero sufría cohabitando con los débiles que no volaban y que se conformaban comiendo solo una racioncita de la vida. Él creía volar, creía que las distancias eran infinitas y también su capacidad. Tanto mundo quiso comer que se indigestó. Se veía venir. Una indigestión dañina le paró su vuelo y se rompió los besos contra el piso. Ahora come poco y solo pequeñas porciones, su estómago le pidió el divorcio… descubriendo que antes devoraba sin degustar. Entendiendo que se puede vivir sin comerse el mundo, subsistiendo y disfrutando de pequeñas tapitas. ¿O tal vez ahora no le queda otra?
HOLA UNA VISTA A TU BLOG, Y DEJARTE MIS SALUDOS UN BESO Y UN ABRAZO MUACKKK
ResponderEliminarTragar para qué sin degustar, cuántos sabores aún por descubrir. Chin,chin, a la salud de la vida.
ResponderEliminarDe vez en cuando un atracón lo pide el cuerpo y no sienta mal del todo aunque al día siguiente estés a bicarbonato.
ResponderEliminarA mí siempre me ha gustado picar, tapear, de aquí para allá...
¡Hay tanto por disfrutar!
Saludos,
Anabel, la Cuentista
Lo que pasa cuando uno llega a viejo. Pronto se acaban los revolucionarios.
ResponderEliminarEl tamaño de los bocados, como tantas otras cosas en la vida, es relativo.
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