Este es mi mar, con diferentes azules, con embriagadoras olas, con olores indescriptibles.
Cuando baja la marea, puedes cruzar de una cala a otra como el amigo que invita a su casa, te va enseñando sus habitaciones y cada una es un rincón mejor y más acogedor.
Este es mi mar, al amanecer te descubre todos los días sensaciones nuevas, y nunca te da pereza ir, porque siempre te está esperando con sus mejores galas.
Este es mi mar, al que siempre añoro, el que me falta y disfruto poco, al que quiero ir cuando me muera, y del que no me despegarán en toda la eternidad.
Mi cala, mi salina, mi serenidad, mis reflexiones, mi paciencia y mi sosiego.
Donde con mi caña juego a construir mis fantasías, y donde las horas pasan sin que nadie te atormente.
Es hermoso tu mar, es acogedor y dan ganas de huir de esta meseta para zambullirse, aunque sólo sea la mirada la que se zambulla, en ese horizonte.
ResponderEliminarUn texto que invita a la complicidad, a compartir los paraísos y los refugios. A veces es difícil descubrirlos, llegar hasta ellos, si no fuera, como en este caso, en la que nuestra autora nos abre su alma.
ResponderEliminarAbrazos
Me identifico del todo con el texto, como tinerfeño isleño que soy, recibo todo eso de este mar atlántico norte, frío y espumoso blanco, bañado en lava negra.
ResponderEliminarQuién pudiera estar allí!
ResponderEliminarSobre todo, quién pudiera disfrutar de esas horas que pasan sin que nadie te moleste.
Pobres de aquellos seres que han muerto sin ver el mar.
ResponderEliminarSiempre me abruma la idea de la cara que ponen esas personas que conocen el mar de adultos. Esa primera impresión de las olas, de su olor, de su fuerza, de su color y temperatura.
Pocas cosas activan los cinco sentidos con tanta fuerza como el mar.
Algunos, rodeados de montañas y trigales, tuvimos que esperar más de veinte años para acercarnos hasta el Catnábrico.
ResponderEliminarY si fuera millonario, te garantizo que tendría una casa junto al mar, quizá en el Cantábrico aunque Las Canarias no sería mala idea tampoco.
Que no te quiten tu mar, que consigas instalarte pronto y para siempre.
ResponderEliminarAunque ya te encuentres allí tan solo cerrando los ojos: el corazón no necesita aviones para viajar.
Saludos,
Anabel, la Cuentista