En ocasiones rezo para poder olvidar todo aquello, pero nunca dejo de velar por las noches, como si estuviese vigilando el Callejón del gato. Las pesadillas me sacuden y el griterío me golpea. Su imagen la recuerdo borrosa cuando lo vi abalanzarse sobre mí, apestando a alcohol, gritándome, a la vez que reía sin parar. Tardé en reaccionar hasta que lo reconocí, era Jóse, mi compañero de trabajo “¡¡Somos millonarios, somos millonarios!! Un frío, casi glaciar, recorrió todo mi cuerpo, y un vacío, de repente, devoró todo quedándose en silencio. Sólo se escuchó una vocecita lejana y dulce “… desde luego…nunca revisas los bolsillos de tus pantalones, y luego te enfadas conmigo si se te queda algo en ellos cuando los meto en la lavadora…”.
Es como perder en el último momento el avión que se estrella, solo que al revés.
ResponderEliminarMuy bueno
¡Menuda faena!
ResponderEliminarUf, no me gustaría estar en su pantalones.
Bien contado, Marcos.
Saludos,
Anabel, la Cuentista
Gracias Anabel, no sé que estaba pensando cuando lo escribí, espero que no fuese una premonición.
ResponderEliminarGracias Ana, me gustó tu comparación.
ResponderEliminarNo volveré a hacerlo, no volveré a hacerlo, no volveré a hacerlo, no volveré a hacerlo...
ResponderEliminarLavar los pantalones, digo.
Me ha divertido mucho tu texto Marcos, sobre todo porque me has hecho recordar la cantidad de cosas que he lavado de los pantalones de mi familia.
ResponderEliminarFelicidades
Gracias Amando, Inma. Espero que este texto tenga un efecto terapeútico en las personas un tanto desordenadas como yo que no se fijan en esos detalles.
ResponderEliminarA mi me parece que los móviles los fabrican con mala calida, pues he metido en la lavadora 2 y no han resistido.
ResponderEliminarTotal un simple lavado que incluso tenía suavizante.
"...un vacío devoró todo quedándose en silencio...", el instante del disgusto del pobre hombre. Me ha gustado. Un abrazo
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