Solía dejar su olor, en el cuerpo de sus amantes, como una huella de su paseo por sus cuerpos y su ser. Dejaba su olor colgando de las pestañas, clavado en el pecho, hundido en la parte de atrás de las rodillas, agarrándose de los tobillos, deslizándose por la espalda o besando los muslos de sus amantes.
No importaban que fuesen mujeres u hombres, él siempre conseguía que cayesen rendidos a sus pies. Que terminasen entre sus sábanas, en un baile de cuerpos cálidos y gemidos, de besos en el cuello y caricias entre las piernas.
Pero un día, ocurrió todo lo contrario. Fue él quien cayó a los pies de alguien.
Y ese alguien, esa persona, le dejó su olor colgando de sus pestañas, clavado en su pecho, hundido en la parte de atrás de sus rodillas, agarrándose de sus tobillos, deslizándose por su espalda y besando sus muslos.
De pronto, dejó de ser el depredador para ser la presa.
Autor: Mer González
Narración: La Voz Silenciosa
un gran relato.
ResponderEliminarQué buen relato. Intenso y aleccionador.
ResponderEliminarEstupendo, cálido y salvaje, olorosamente tentador. Así gira el mundo, así gira La Esfera.
ResponderEliminarLas vueltas de la vida, delicioso relato
ResponderEliminarNadie puede estar seguro de nada. Has convertido en literatura lo que se dice popularmente sobre la horma de tu zapato.
ResponderEliminarGracias por tan hermosos comentarios.
ResponderEliminar:)