El lienzo se convirtió en la piel de Patricia, no importaba poseer figura de hombre si ese hombre tenía la suavidad que emanaba Ricardo.
Con la insistencia de terminar de una vez su nuevo yo, las horas pasaban cazando imágenes que le descubrieran el rostro más ansiado.
Fue tanta la ambición que puso en atrapar las facciones de su presa que apareció en toda su plenitud.
Pincel en mano iba dándole forma a unos pómulos que desafiaban la gravedad, perfilándose firmes y elegantes. De color rosado, sin señales de impurezas que irrumpiera la tersura, destacados por la claridad de la luz que regalaba tan munífica imagen.
Mientras les daba forma con sus cinco sentidos, un fuerte picor recorría sus mejillas acaloradas por la fogosidad del momento.
Las cejas perfiladas, de color ceniza, con vetas de un intenso castaño que infringían personalidad latente, pelo a pelo las iba moldeando sin obviar ni un matiz.
A medida que el lienzo se introducía en el dominio de su mano, unos vellos rubios, de los que ni su conciencia aludía, se caían mezclándose con la gama de colores que avivaban las sombras del rostro de Ricardo.
Era tal la belleza de su reflejo que el momento se convirtió en lo único y real, nada más que él y ella, solamente un rostro. Estaba a punto de concluir su obra.
Con disimulo la nariz afloraba sin pedir permiso, con la sencillez de lo natural. A medida que en el lienzo emergía el contorno de la ventana de la vida, la respiración de Patricia se iba haciendo menos profusa, algo insignificante frente a la viveza que iba adquiriendo esa faz en su presencia.
El picor asomaba insistente en su cara pero, sus manos, ocupadas, no se distraían en aliviar los síntomas.
Un pétalo rojo dibujaba la flor más especial. Rojo intenso, carnoso, de sutil silueta, con el brillo mágico del jugo de su boca.
Al limpiar lo que pensaba ser una gota de sudor, la mano enfundada de colores se cubrió de un trozo escamado de sí misma. Qué importancia tenía perder algunos descosidos más, si pronto tendría la mayor de sus sonrisas.
Finalmente los huecos de los ojos tomaban la tonalidad multicolor de la profundidad verde de una mirada única.
Pestaña a pestaña, poro a poro, milímetro a milímetro construía la mirada más sublime jamás inventada, mientras la suya se desgastaba y chillaba como si quisiera escapar de sus órbitas lacerantes.
Tenía que aguantar sin cerrarlos hasta terminar con la última línea de expresión de su nueva cara. Hasta que un agujero negro cerró ante sí cualquier posibilidad de conexión con la realidad.
Intentó restregarse las inexistentes oquedades con unas manos insensibles, intentó buscarse su presencia sin encontrarla, intentó palpar lo tantas veces indeseado, que desapareció.
Su rostro se esfumó, sin pedir permiso, culpable por codiciar lo ajeno.
Dedicado a mi correctora que no sólo me ayuda a corregir sino que me cede sus ideas para que siga creciendo.
Inma,después de leer el texto por segunda vez, no sabría qué decir,me faltan palabras para expresar lo que he sentido, ese placer que te sobrercoge cuando degustas palabras combinadas con elegancia, con el el contraste exacto, sus frescos matices. Realmente más que escribir das la sensación de que has pintado un cuadro. Creo que esta serie de la "Guardilla" se merece una larga vida, debe ser el guiño que te lleve a un texto más largo, a una novela ¿por qué no? El estilo vinuesista es una gran bola de nieve que se alimenta de la ilusión, la constancia, la observación y el aprendizaje, en ese estilo se recoge todas las buenas influencias posibles, la de Ana J. le da raza aunque tus textos brillen por sí solos.
ResponderEliminarEnhorabuena me han encantado todas tus guardillas pero especialmente este último.
Alucinante.
ResponderEliminarEs una suerte poder trabajar con alguien como con quien trabajas.
Opino lo mismo que Marcos.
Gracias amigos, no sabéis la satisfacción que da ver como, de vez en cuando disimuladamente, me soltáis de la mano y recorro unos metros sin caerme y con más seguridad en cada tramo.
ResponderEliminarMe emociona saber que tengo a los mejores conmigo, guiándome. Estoy feliz.
¿POr qué culpable? ¿Culpable por desear? Ella sólo quería una nueva piel que la cubriera (en todas las acepciones de la palabra).
ResponderEliminarBuen relato, Inma, muy bien.
Saludos
¿Metros sin caerte? Pero si eres una maestra del micro...Desde mi punto de vista esta "guardilla" es la mejor...
ResponderEliminarIMPRESIONANTE! Inquietante, el derroche de deseo que se degrana en trozos de piel.
ResponderEliminarMenudo relato!!!!! De los que se quedan grabados en la retina y en la piel
Enhorabuena, Inma
Muchas gracias, Inma. Esa dedicatoria me la grabo en el corazón.
ResponderEliminarUn beso grande, grande
Impresionante, Inma. Me recuerda a Dorian Gray, inquietante por codiciar la inmortalidad, y a tu relato "Como una sombra", en el que también se trasluce el deseo de incorporarse al otro. Estupendo texto. Bs.
ResponderEliminarLlego tarde, por culpa de la novela, que nos tiene enganchados.
ResponderEliminarAcabo de leer la cuarta entrega de La Guardilla. ¿Puede uno desear algo tanto, tanto, cómo para transformarse en el objeto deseado?
Después de todo lo que he leído, escrito por ti, en la novela, y ahora que me incorporo a La Esfera, para no perderos la pista, puedo decirte que eres buena escribiendo, aparte de otras habilidades, que acabo de descubrir, precisamente hoy.
Ánimo Inma, tu puedes, así que adelante. Besicos.
Interesantísimo, a lo Dorian Gray, sí. Uno de los mejores relatos que has escrito. Me ha gustado mucho. ¿Habrá un V? Tengo curiosidad por saber si existirá el encuentro entre Ricardo y Patricia.
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