El embarazo de mi madre fue también programado con alevosía. No hubo que esperar mucho, mamá siempre fue una hembra fácil a pesar de su educación y sus orígenes de casta noble. Y desde luego que no fui un hijo deseado, como no lo fueron tampoco mis otros siete hermanos, hijos del sexo sin amor y de los orgasmos de mi padre. Quizás por eso se nos complicó tanto el parto.
Como primogénito me tocó abrir caminos y fui el único que, siguiendo la tradición de la especie, recorrí con sumo esfuerzo las entrañas ensangrentadas de mi madre para intentar nacer con la poca dignidad que me quedaba.
No fue así. No hubiese visto la luz de no ser por el estirón doloroso de mis sienes que Don Francisco y su ayudante ejercieron sin piedad. Así que lo primero que oyeron mis enormes orejas fue el alarido desgarrado de mi madre y mi propio llanto.
- ¡Ya, ya, Manuela, ya está! Ya salió. Tranquila mujer, todo va ir bien - jadeaban las voces del exterior- ¡Rápido, que los demás están sufriendo! ¡Cesárea, cesárea, vamos!
Os estaba hablando de mi llanto, un chillido agudo, entrecortado por la dificultad para respirar y la sorpresa ante la necesidad de hacerlo, que insiste en el dolor, en el hambre, en el miedo, en la soledad, en el desamparo.
La primera vez que sentí de nuevo tus latidos, madre, noté cierto alivio: me recorrían tu leche caliente y el amargo sabor de tu derrota.
Yo tampoco me quiero
No fue así. No hubiese visto la luz de no ser por el estirón doloroso de mis sienes que Don Francisco y su ayudante ejercieron sin piedad. Así que lo primero que oyeron mis enormes orejas fue el alarido desgarrado de mi madre y mi propio llanto.
- ¡Ya, ya, Manuela, ya está! Ya salió. Tranquila mujer, todo va ir bien - jadeaban las voces del exterior- ¡Rápido, que los demás están sufriendo! ¡Cesárea, cesárea, vamos!
Os estaba hablando de mi llanto, un chillido agudo, entrecortado por la dificultad para respirar y la sorpresa ante la necesidad de hacerlo, que insiste en el dolor, en el hambre, en el miedo, en la soledad, en el desamparo.
La primera vez que sentí de nuevo tus latidos, madre, noté cierto alivio: me recorrían tu leche caliente y el amargo sabor de tu derrota.
Yo tampoco me quiero
Texto: Isabel Mª González Verdugo
Gracias por publicarme, un abrazo a todo el equipo.
ResponderEliminarSeptillizos !!!!
ResponderEliminarPara proceder de un solo acto de sexo sin amor no me esperaba yo una respuesta ovular .
El primogénito abrió un camino que ninguno de sus hermanos necesito, serian así de inútiles el resto de las sendas que inicio.
Un abrazo Isabel y gracias por tu entretenido e inesperado relato.
A.
¿Cómo nos verán a nosotros otras especies?
ResponderEliminarEs curiosa este modo de presentarnos esta situación. Quizá los animales no se distingan tanto de nosotros.
Interesante relato de un nacimiento triste, que raro que un nacimiento infunda tristeza.
ResponderEliminarMe ha gustado la forma en la que está escrito, enhorabuena Isabel.
Un texto apasionante, a mi modo de ver. Me ha gustado mucho. Y cuando parece que al fin se reconcilia con la vida, zas! la última frase.
ResponderEliminarEnhorabuena Isabel y muchos besos.
Me quedo, al igual que Isolda, con esa última frase: "Yo tampoco me quiero". ¡Qué buena!. Enhorabuena por el relato, Isabel. Si tuviéramos memoria para recordarlo, te aseguro que sería recordado como el momento más trágico y doloroso de nuestras vidas.
ResponderEliminarMaravilloso relato de principio a fin. Me ha encantado. Te engancha desde la primera frase a la última. Para mi gusto: redondo.
ResponderEliminarGracias a todos. Me alegro enormemente de que os haya gustado. Este relato cminó solo. Latente estaba otra historia pero salió esta. Así es el escribir. A veces se te va de las manos. (Alguien poseyó mi teclado).
ResponderEliminarUn abrazo a todos.
Me ha escalofriado la última frase: Yo tampoco me quiero.
ResponderEliminarCuando no te sientes amado, es imposible quererte.
Muy bueno
Sí, estupendo. Muy bueno.
ResponderEliminarSaludos