Nunca fueron suficientes los años perdidos entre algodones, sin apenas salir de la casa; los rezos diarios; las miles de horas vigilantes; las pesadillas advirtiéndoles de todos los peligros o el celo con que fue educado aquel niño enfermizo. El médico, Don Celestino, fue siempre muy preciso y categórico: al menor síntoma sería necesario ingresarlo en el Hospital, su salud correría un grave peligro.
Con los años, también, se fueron marchando la gente y aquel pueblo fue envejeciendo con los vecinos que quedaron. El niño se convirtió en un hombre, pero sus padres, precavidos, permanecían vigilantes, como hacía veinte años. Al final de la primavera, la savia, al igual que el deshielo hace correr con ímpetu a los ríos entre los cañones, como un torrente, hace brotar con fuerza la naturaleza y la sangre parece descongelarse para volverse caliente. El aire se perfuma y llena a los lugareños de sensaciones indescriptibles.
Su olor a jazmín, dulce y penetrante, le llegó cuando despertaba una mañana. Se asomó a la ventana de su castillo de marfil, la vio subir por la colina, con su pamela achampanada, de la que escapaba su larga cabellera azabache, que ondeaba al viento, alegre y festiva. Sus grandes gafas de Sol cubrían un rostro angelical, cubierto de pecas que salpicaban su blanca piel delicada.
Su corazón dio un vuelco y sus palpitaciones galoparon inesperadamente. Su madre lo presintió y fue hasta su habitación y, tras dar un grito, corrió hasta el teléfono, marcando angustiada las teclas: “!Don Celestino, Don Celestino…mi hijo se ha vuelto a enamorar!
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
Muy bueno, Marcos. Es que hay madres para quienes los hijos se quedan niños frágiles durante toda la vida.
ResponderEliminar¡Qué peligrosa la primavera!
Hay que hacer caso a los médicos y a los padres. El corazón es un órgano muy delicado. AL final uno se muere siempre por un fallo cardiaco. O sea que ojito con enamorarse. Pues sólo faltaba...
ResponderEliminarBuen texto, me ha gustado, cómo llevas el relato hasta que rompe por donde nadie imaginábamos.
Eso sí, no creo que sea muy inventado. Hay más personas de ese modo de ser.
Un final sorprendente y que me ha gustado especialmente. Me gusta pensar que, aun viviendo una existencia tan claustrofóbica, ya se había enamorado antes.
ResponderEliminarTexto Genial. No sólo en su recorrido sinuoso, que no encuentras hacia dónde te lleva, haciéndote pensar continuamente ¿qué pasa? ¡Ah era esto! ¡Ah, pues no, era esto otro! sino por el final, que he sido incapaz de ver hasta la llamada de Mamá al Doctor. Conozco casos, además cercanos, de los que comentas. Por muchas barreras que se pongan, por muy fuertes que sean los muros de cristal, no dejan de ser eso: Muros de "cristal". Que no nos ocultan lo que hay en el exterior. Y cuando la primavera nos visita y llega el amor no hay fuerza inventada que sea capaz de detenerlo, de apagarlo. Marcos, he vuelto a disfrutar con un texto tuyo. Gracias.
ResponderEliminar¡Qué delicia Marcos! Una sufre con ese muchacho de frágil salud y le sucede lo que a cualquier otro, se ha enamorado. Me ha gustado mucho tu forma de narrarlo. Y el amor existe para enamorarnos, qué mejor!
ResponderEliminarMe ha encantado el texto, Marcos. Considerar al amor como una enfermedad peligrosa que precisa aislamiento es muy perverso, ese niño debe emanciparse de esa madre y de ese médico ya, pero ya...
ResponderEliminar-Recuperación Mnésica de comentario perdido-
ResponderEliminarYa lo dijo don Celestino: "al menor síntoma hay que ingresarlo en el hospital".
Lo normal, madre gritando angustiada y en unos minutos chico ingresado en cuidados intensivos porque feromonas, insomnio, endorfinas, taquicardias, ceguera, anorexia, mirada al viento, despeños diarreícos etc etc, no son moco de pavo en tan delicado ser.
La burbuja de cristal para evitar contaminaciones, no le aisló como es debido.
Un abrazo Marcos, fortachón y lírico, como debe ser Á.
Llevas una racha creadora envidiable. Un placer leerte.Un beso.
ResponderEliminarY que pasaría si el chico dejara atrás la enfermedad, convirtiéndose en un hombre sano. Sin enfermar.
ResponderEliminarUn placer leer tus textos Marcos. Muy cercanos a los textos de Pepe Monagas.
Sí Catherine, esos niños que empiezan a trabajar veinte años más tarde de lo que lo hicieron sus padres. Pero, claro, son otros tiempos. Gracias por tu comentario. Un besote.
ResponderEliminarAmando, esta enfermedad endémica lo peor que tiene es que las vacunas no son efectivas.
ResponderEliminarUn abrazo
Luisa, siempre tropezamos en la misma piedra y cuando no nos apedrean. Gracias un abrazo.
ResponderEliminarAh, el amor!! La mejor enfermedad.
ResponderEliminarCómo he disfrutado con esta estupenda historia, Marcos!
Un abrazo
Gracias a tí, Miguel Ángel. La primavera, las flores, el amor: siempre he pensado que el amor es una especie de alergia. Un abrazo
ResponderEliminarIsolda, siento decirte que no estoy de acuerdo contigo. Si eres un muchacho enfermo lo que tienes que hacer es ver la tele, pero solo futbol, mucho futbol, y verás que después ya no pensarás nunca más en el amor. Un abrazo
ResponderEliminarÁngeles J. me temo que Don Celestino ya ha vacunado a todo el pueblo. Un abrazo
ResponderEliminarLo peor de todo, Ángels H., es que nos confundamos con los sítomas. Te imaginas que le haya dado al pobre chiquillo un infarto y la madre crea que está enamorado "No te preocupes mi niño ya tendrás tiempo de conocer a otras mujeres"
ResponderEliminarUn abrazo
Si, Pilar, me ha llegado la inspiración, me inspiro un par de rallitas más y .... (es broma) aunque eso dicen que da mucha inspiración también.¡Quita, quita...!
ResponderEliminarUn abrazote.
En ese caso, FranCo, seguro que Don Celestino le encuentra otra enfermedad, todo sea por levantarle las perras a la pobre madre.
ResponderEliminarUn abrazo
No sé, Ana, eso de morir de amor es un poco duro. Yo, particularmente, casi prefiero morir con las botas puestas, que es incompatible con morir de amor, porque morir de amor con las botas puestas es una ordinariez.
ResponderEliminarUn abrazote.
Estoy de acuerdo contigo, Marcos, no se puede morir de amor con las botas puestas, ni con las gafas, ni con la corbata, ni con el peluquín, ni con... el delantal. Me ha encantado el texto.
ResponderEliminarGracias, Dácil. Eso es, ligero de equipaje.
ResponderEliminarUn abrazo.
Bonita enfermedad esta del amor. Sin duda peligrosa. Excelente texto Marcos, detallada descripción, solemnes adjetivos...el amor...siempre el amor...
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias Xabier. Algunos, aún hoy en día, la consideran como una de las grandes pandemias de la humanidad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Todo mi agradecimiento a la Voz silenciosa por darle vida a este texto, como si despertara de un largo sueño. Nos estamos acostumbrando a esta voz casi mágica que nos cuenta estas historias y cuentos que nos hacen volar.
ResponderEliminarGracias
Me ha encantado recordar esta historia tan tierna y divertida y más en la voz de José Francisco.
ResponderEliminarUn abrazo
Y ahora con voz... qué maravilla, qué maravilla, o sea maravilla al cuadrado.
ResponderEliminarGracias Ana y Amando.
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