Eligió a una mujer que como todas era pálida, vulgar y transparente, ésa que movía los labios como si rezase y hacía resbalar sus dedos nerviosos por un rosario desgastado.
La bruja logró que las yemas de sus dedos rozasen los amuletos que aún escondía entre la ropa, comenzó a susurrar extrañas palabras y, para cuando concluyó el conjuro, la mujer de pelo rojo era una más entre las personas del pueblo, tan vulgar y transparente como ellas aunque sus labios permaneciesen sellados y no rezasen. Tuvo que admitir entonces que, gracias a la belleza hipnotizadora del fuego y a los gritos desgarradores de la desgraciada por la que se había cambiado, el espectáculo no defraudó a nadie.
Texto: Luisa Hurtado González
Ya leí este cuento en el blog de Luisa y me gustó mucho. Me alegro de verlo aquí publicado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo también; pero aquí además cuenta con la ilustración, que lo complementa.
ResponderEliminarLos que me conocen saben que me encantan las historias de brujas, fuegos y muertes y esta historia me ha gustado mucho.
ResponderEliminarEnhorabuena
Me ha encantado. Quizá es verdad que algunos pensaron que habían acabado con la brujería. Ja.
ResponderEliminarFantástica estampa. Fina ironía. La contemplación del fuego siempre ha sido motivo de atracción en todos los tiempos.
ResponderEliminarUn beso a los dos.
¡Esta sí que era una bruja mala! Pobre mujer.
ResponderEliminarAbrazos no defraudados.
Cómo me gustan las brujas, hasta las malas.
ResponderEliminarSaludos