Leve, suave, enmascarado...
No es necesario.
No desveles tu verdadera intención. Hazlo parecer indiferencia.
Con el paso de los años. Con la conciencia plena de conocerte infinitamente mejor que tú misma, recibo cada día uno de esos roces. Un golpecito que me va alejando de ti y que te aparta de mí. Que nos distancia irremediablemente.
¿Cuándo comenzó? ¡No tengo la más puta idea!
Sólo sé que ese roce viene preñado de dolor, de frustración, de odio, de desengaños, de esperanzas perdidas...
¿Tantas cosas negativas fui capaz de acumular en tu corazón?
Sólo puedo pedirte disculpas. Pero de un modo callado, porque... ante ese roce casi imperceptible y oculto tuyo, te devuelvo otro, casi igual, cargado de dolor y de tristeza.
Así de sencillo se muere el amor.
¿La pasión? Ya feneció hace tiempo.
Me gusta, José, este modo tuyo de envolvernos. Cuento con la suerte de poder escucharte en la imaginación y he procurado leerlo al ritmo al que lo haces, aunque es imposible, claro.
ResponderEliminarEs verdad, además. A veces confundimos la pasión con el amor, cuando éste tiene tantas facetas y tantas etapas como puede tener la vida, pues al fin y al cabo es la vida.
Enhorabuena.
Cuánto dolor, cuánta decepción!
ResponderEliminarMe ha encantado.
¿Cuándo lo podremos escuchar?
Un abrazo
José, esos roces que hablan en silencio cargados de emociones, aquí transmiten dolor y decepción, pero en definitiva el lenguaje del cuerpo, a veces, es más potente que las propias palabras.
ResponderEliminar¡Qué pena pero qué delicadamente certero!
ResponderEliminarSon esos golpes que se devuelven. en una espiral de microviolencia, como quien no quiere la cosa pero de forma perfectamente consciente, los que, cual gota de agua que horada la piedra, acaban destruyendo el más sólido amor.
La pasión fenecida hace tiempo , claro; factor necesario pero no suficiente. Hay más sentimientos agradables que pueden ir aflorando si el empujoncito de cada día fuera un discreto y liviano gesto de acercamiento.
Un abrazo Á.