Carmina tampoco pudo dormir bien aquella noche. Desde que murió su marido hacía dos años, sus hijas se empeñaron en que ya no podía vivir sola. Así que cada dos meses la llevaban de una casa a otra, haciéndola sentirse en todas como un estorbo y pensando que las tres contaban los días para que la otra hermana se hiciera cargo de la vieja.
Se levantó temprano, como de costumbre. Fue a la cocina y la encontró patas arriba, con restos de la cena de Nochebuena y vajilla sucia por todas las partes.
Despacio limpió y ordenó todo. Despejó la mesa del salón y con cuidado fue fregando las copas de cristal, dejándolas bocabajo en la mesa de la cocina sobre un paño blanco.
Recogió los restos de los envoltorios tirados por la alfombra, ahuecó los cojines y ordenó las sillas. Entonces reparó en la caja que había en la mesita junto a la mecedora. Era el regalo de navidad de sus nietos, ni siquiera lo recordaba.
Abrió la caja y encontró unas zapatillas de andar por casa, de fieltro marrón claro con bordados dorados. Las cogió entre las manos, eran suaves y olían bien.
En ese momento le sobresaltó la voz enojada de su hija Isabel que
desde la puerta del salón le recriminaba:
-¿Pero es que ni el día de Navidad puedes parar quieta? ¡Por Dios mamá, vuelve a la cama!
Carmina la miró, pero no reconoció en esa mujer a la niña inquieta de ojos grandes que madrugaba para buscar los regalos de reyes, que su madre había colocado a medianoche junto al belén.
Apretó las zapatillas contra su pecho y con voz temerosa dijo:
-¡Lo siento hija!, no quería molestar. ¿Pero, por qué no me dejáis ir a mi casa?, allí no fastidiaría a nadie.
-¡Ya estamos!, ¡encima hazte la mártir!, bien sabes que es precisamente eso lo que me saca de quicio- respondió Isabel mientras se daba la vuelta y se perdía por el pasillo.
Quince minutos más tarde, cuando llegó la ambulancia, ya nada pudieron hacer por la anciana, salvo cubrirla con una sábana dorada. Un policía recogió una de las zapatillas que había perdido en la caída, la puso con cuidado sobre el cadáver y comentó a su compañero:
-¿Te has fijado en la suelas?, están impecables, ni un solo paso ha debido dar con ellas.
-Seguro que fueron su último regalo de navidad- respondió el otro.
Tenías que ser tú, Pilar. Tu manera de contar, de llamar a las cosas por su nombre, la dureza de la vida, más veces de las deseables y, una historia de "navidad" directa y bien enlazada.
ResponderEliminarUn beso grande siempre.
Me ha dado una tristeza enorme. Y la realidad puede ser aún peor.
ResponderEliminarUn beso
Terrorífico.
ResponderEliminarY así es la vida en demasiadas ocasiones.
En el fondo (y a lo mejor estoy equivocado, Pilar, tú dirás) creo que este cuento es una crítica feroz a las hijas que no saben salir de su complejo de culpa, esa culpa adquirida con el paso del tiempo. Esta generación que sólo se fija en lo material y no en las verdaderas necesidades de las personas.
Fantástico relato que, sin embargo, duele y duele mucho.
Durísimo relato Pilar, y además muy bien escrito, bien hilvanado, fluye como un río y te hace pensar en la verdadera naturaleza de las personas. Enhorabuena.
ResponderEliminarUn final que da tal golpe de efecto que te deja sin aliento.
ResponderEliminarBesos
Triste, duro, tan real. Me parece muy bien narrado.
ResponderEliminarSaludos
Me ha encantado tu texto. desgraciadamente es muy real.
ResponderEliminarPilar, me ha encantado leerte de nuevo. Buena forma de escribir y buen fondo, de los que te encogen el corazón. Nos gusta que estés aquí, escribiendo para La Esfera.
ResponderEliminarEnhorabuena!!! Esta tan bien contado que lo he visto.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Pilar, un texto muy bueno. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias por volver. Vienes a cuentagotas, pero siempre nos dejas un caramelo. Aunque esta vez, un tanto más amargo. Enhorabuena PilarA. Me ha encantado.
ResponderEliminarMe maravilla la naturalidad y el buen estilo con que escribes una historia tan llena de humanidad y realismo.
ResponderEliminarMe ha conmovido hasta los cimientos y me descubro ante ti.
Un abrazo grande
Este relato refleja muy bien la soledad de los ancianos, el egoísmo de los hijos. Es un tema muy actual. El narrador no se involucra, nos deja pensar mostrando la realidad. Es un buen regalo unas zapatillas voladoras. Lo que más me ha gustado es cómo se dedica a limpiar la casa y ese " no reconoció en esa mujer a la niña inquieta de ojos grandes que madrugaba para buscar los regalos de reyes". Un tema muy delicado este de alojar a los abuelos: no se habla de ello en la etapa de noviazgo. Buen trabajo, Pilar
ResponderEliminarPilar, es un relato agridulce que transmite muchísimo sobre la candidez de los ancianos -tan cerca de la de los niños- y el "maldito sentido común" de los adultos.
ResponderEliminarMuy bueno.
Que triste!!
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