El eco del prejuicio,
como el punzón que golpea
a una codorniz malherida,
alumbra la palabra,
en el rojo atardecer que resbala de las manos
y acaricia el silencio marmóreo,
bajo las miradas que se precipitan desde el cristal público,
maceta en la que se exhibe la flor artificial
que da color a las mentiras,
cuadro grotesco que decora la pared de las conciencias
en las tristes mañanas ahogadas por el ruido
del viejo y negro piano de cola
desafinado instrumento prisionero de las sombras
cuando la lámpara se apaga, clandestina.
Texto: Marcos Alonso
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