20 diciembre, 2012

Señales

Lucía se despertó sobresaltada. Fermín, ¿qué es ese ruido? Son los gatos aullando, están en celo, le contesté. Tomó mis manos entre las suyas y las posó en su vientre, como para evitar que se escapara la vida que albergaba dentro. Dan miedo, parecen los llantos de cien niños, no me gustan esos quejidos, me dijo. Duerme tranquila Lucía. Solo son gatos.

                                                           ***

Lucía rompió aguas un siete de febrero por la tarde y pronto se hicieron apremiantes los dolores. Nos cogió por sorpresa porque faltaban algunas semanas para que saliera de cuentas, así que casi no me dio tiempo de prepararlo todo: mantas, paños limpios y el agua caliente, siguiendo las instrucciones que me había dado la partera por la tarde.

No puedo evitar leer lo que hay escrito en los estigmas del rostro de las personas, sobre todo cuando estoy intranquilo. Busco en los surcos de la cara el rumbo de los hechos, pero
cuando me fijé en la cara de Juana la partera, vi que sus arrugas eran un mapa indescifrable lleno de señales contradictorias. Tenía los labios cuarteados, lo que denotaba cómo al apretarlos daba mayor intensidad a sus manos para ayudar a parir. Por otro lado, su frente estaba llena de arrugas: las había horizontales para expresar alegría y también perplejidad o extrañeza, pero también las había oblicuas trazando dos líneas queempezaban por encima de sus cejas y acababan en punta justo a la altura del entrecejo, signo inequívoco de expresiones de enfado o de impotencia.

Yo esperé fuera de la habitación dando paseos en el corredor, primero a pasos largos y luego cada vez más cortos conforme pasaba el tiempo. A cada paso que daba, las maderas bajo mis pies se dejaban oír, y en su chirriar se intuía un lamento, que acompañaba los gritos de Lucía que a ratos eran como los alaridos de quien intenta echar el alma por la boca.

La espera fue larga y las señales hacían que aumentara mi angustia. Miré por la ventana cómo la luna llena escondía su cara tras un tupido tul de nubes, y no pude evitar que en mi cabeza se mezclaran las líneas de la cara de doña Juana, los quejidos de los gatos las últimas noches o el chirriar de las maderas que semejaban llantos. Todo a mi alrededor me decía que aquello no iba a acabar bien.

Por fin Lucía dejó de gritar. El silencio cortó el aire y me detuvo en seco. Dos golpes, luego tres y nuestra hija lanzó un grito. Ciertamente parecía el aullido de un gato. Me dejé caer al suelo resbalando por la pared, y con las manos me tiré del pelo, y solté por los ojos toda la angustia que llevaba dentro, llorando y riéndome a la vez por sentirme idiota de haber pensado que los destinos estaban escritos y se podían descifrar.

Doña Juana tardó en salir. Cuando lo hizo, yo seguía allí sentado en el suelo. Levanté la vista para mirar su cara y vi que algunas arrugas habían desaparecido mientras otras se mostraban con mayor nitidez, sobre todo las dos líneas oblicuas apuntando a su entrecejo. Sus párpados estaban caídos y sus labios apretados no mostraban sonrisa de satisfacción sino un atisbo de impotencia. No hubieron palabras. Me levanté de un salto y entré corriendo en la habitación conteniendo la respiración. Suspiré con alivio al ver cómo nuestra niña, envuelta en una manta, se contorsionaba como una oruga y ronroneaba como un gato. Luego miré a mi derecha y vi a Lucía en la cama. Me acerqué. Estaba allí muy pálida y empapada en sudor. Sus ojos me miraban relajados, abiertos pero apagados, silenciosos. La sangre derramada en el suelo de la habitación calló para siempre el chirriar de las maderas.

Texto: Miguel Angel Brito

10 comentarios:

  1. A veces no leemos bien las palabras escritas en los rostros, aunque el resultado final sea similar. Es un espléndido relato, Miguel Ángel, a pesar de lo doloroso.
    Consigues que el lector se ponga ojo avizor nada más comenzar a leer y con esa foto que has puesto, más aún.

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  2. Un relato que nos une a la angustía del protagonista y sus miedos; las "señales" que le rodean...Esa lectura que hace de las huellas en el rostro de la partera..el alivio inicial cuando ve que el bebé está bien y el fatal desenlace.
    Muy bueno Miguel Angel,felicidades
    Un cordial saludo

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  3. Angustioso relato, desde el comienzo ya me temía lo peor, esos gatos dejaron en mi corazón sus maullidos y la desesperanza de que algo saldría mal.

    Qué bien lo has narrado Miguel Ángel, me has llevado de la mano por ese sufrimiento y ese desenlace, sintiéndolo en cada momento.

    Felicitaciones.

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  4. Un relato angustioso, pero tan bien escrito! Hemos seguido el parto con el acompañamiento de los maullidos terribles de los gatos en celo. (Una cosita, no lo puedo evitar: "No hubo palabras")
    Sí hay muchos besos.

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  5. Los buenos escritores consiguen crear efectos en el lector difíciles de olvidar. Este relato es de esos que no olvidas fácilmente, nos lo metes hasta la médula.
    Enhorabuena Brito.

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  6. Estupendo y oportuno tu texto premonitorio en estos días que pronostican el final de una era. No despreciemos las señales porque no las entendamos, sino hagamos algo con ellas.

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  7. Gracias a todos por vuestras señales, guías de mi escritura.

    Amando, tienes razón: cuánto se puede leer en los rostros, en las miradas, en las arrugas "recovecos del pasado".

    Isabel, me encanta que hayas seguido la angustia y te haya calado: era mi pretensión. Gracias por acompañarme

    Yashira, al igual que a Isabel, me encanta que hayas ido conmigo de la mano, a pesar de que el tránsito haya sido doloroso. A ver si consigo lo mismo otro día con temas más alegres.

    Isolda, efectivamente. Gracias por no evitarlo. Una errata que no me volveré a permitir (o eso intentaré...) Un beso fuerte.

    Inma ¿o te llamo Vinuesa? Gracias por lo de buen escritor. Por lo pronto me aplico en serlo aunque me falta un trozo, pero créeme: de ti aprendo muchísimo.

    Querida Ángeles: hoy por lo pronto no ha pasado nada. He leído las señales y me he encontrado que el destino nos condena (dulce destino) a leer y leer muchas letras en este espacio. ¡Qué más se puede pedir!

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  8. Igual que me sucedió la primera vez que lo leí, me ha sobrecogido.
    Impresionante! Me descubro!

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  9. El escritor me ha llevado de la mano hasta el final.
    No tengo sombrero puesto, pero me lo quito.

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  10. Casi como una muerte anunciada, este magnífico relato, también, se mueve en las aguas del realismo mágico plagada de esas premoniciones que sobresaltan al lector. Bajo la piel de Fermín, la tensión se acrecienta, en medio de toques felinos y entramos en una espiral de suspense hasta que podemos relajarnos al contemplar el ronroneo del recién nacido, sin imaginarnos, desarmados, que el felino autor aún nos sorprenderá con un zarpazo final.

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