03 enero, 2013

Pixelar


Cada trazo que explota en el papel acristalado, enjaulado, luminoso, no es un pequeño suspiro de los botones impresos aplastados por mis dedos inexpertos. El pixel más pequeño, el primero que aparece en un nanosegundo, el que rompe las dudas y miedos, el que perfila la alegría y expectativas, es una bola de nieve que ha girado por una larga cuesta recogiendo a su paso las experiencias, dulces, agrias, conocidas y ocultas, enmarañadas sin un sentido final definido. Todos los que por detrás se atropellan para escoltarlo han horadado los conocimientos confundidos entre los sueños. Van salpicando, sedimentando sin censura toda la realidad, la fantasía arrancada, van uniéndose sin pudor formando líneas de letras uniformadas, ejércitos de palabras perfectamente dirigidas en el espacio, colgadas sin vida propia, sin borrones ni detalles humanos en sus facciones, borrachas de imaginación como sus gemelas en pergaminos, compitiendo en plenitud de pasión con pictogramas, fantasmas sin guiños perceptibles una a una, bordando llamas de expresión con todos sus sarmientos entrelazados. Cada trazo es una huella, cada historia es una sinuosa travesía entre farallones de ilusión y biografía.

Texto: Ignacio Alvarez Ilzarbe

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