17 abril, 2014

La roca


Sentados al atardecer del muelle. Hay silencio de gaviotas y el mar está inquieto. Una roca le molesta y la golpea con fuerza. El sol le contempla y de lado le instiga, con fuerza naranja y ganas de lucha. La ola rebota y la roca se ríe entre hileras de espuma. El mar no se rinde, pero el sol ya se aburre. No es la primera vez ni será la última. Su rastro tiñe las nubes de rojo, de morado, mientras se esconde tras el horizonte, a molestar otros mares, a alegrar otros ojos. Cambia el silencio, pero el mar no se rinde.

Noto tu mano sobre la mía, diez años unidas. Selladas desde el principio con la pasión del amor inconsciente y, con el tiempo, reforzadas con la voluntad de una vida compartida. Unión solidificada por mil momentos de dudas, más de una tentación y muchos viajes, juntos y separados.

Y el mar de la vida nos ha golpeado, como a esa roca golpean las olas. Mil veces sin razón clara, sólo porque es lo que hace el mar: golpear. Otras veces han sido aguas revueltas, de tormenta, incluso de alcantarilla, sucias, inmundas. También golpea el viento, que a veces viene del este y otras del sur, impredecible.

Pero estamos aquí, seguimos aquí. Somos como esa roca, nos reímos juntos ante la adversidad de un mundo loco, nos hacemos la ilusión de poder hacer frente a todo, marea tras marea, entre el aire de sal y el silencio de gaviotas.

Texto: Teresa Giraldez 
Narración: La Voz Silenciosa

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