27 noviembre, 2014

Dieta piscina

He seducido a la socorrista y ha accedido a mis requerimientos. Húmedo, me escabullo sin mirar para atrás, llevo el preservativo lleno. Pesa, lo meto en la mochila y como un ladrón salgo sin volver la vista atrás.
Me ha llevado días sin conciliar el sueño para conseguirlo y ha valido la pena. He aguantado mucho, no tengo constancia del tiempo. Me pesa la mochila.
Llego a casa y como un niño ocultándome, me meto en la cama y me acurruco. No voy a poder dormir, me levanto, recojo el todavía mojado látex y…no sé que hacer, reciclable, no reciclable, me asalta la duda de limpiar y reutilizar.
Me siento en el sófa, inicio una respiración honda, quiero descansar. Es imposible, las imágenes pasan delante de mí y se mezclan con las ideas previas. Las veces que veía mi cuerpo danzando un lago de los cisnes en el centro de la piscina, embelesando mi propia imaginación y retrasando el momento hasta la felicidad; y la realidad del acto, rápido por la impaciencia y torpe; si torpe.
Hace unos meses la vi y la toqué con curiosidad y delicadeza. Sí, era posible.
Conseguí el plástico adecuado, la contrapesé para evitar que se levantase y la sellé.
Antes del cierre de la piscina, un guiño y me escondí en el baño. Esperé a que las luces se apagaran. Salí con temor, ella estaba allí y me miraba con cara de incredulidad dejándome hacer. No me acerqué. Le sonreí buscando su complicidad. Ella se dio la vuelta y salió sin entenderlo.
Empecé a pensar que lo que intentaba era anormal pero tantas horas debían tener un final y por supuesto, sería increíble y extraño.
La introduje hasta el fondo con cuidado, unas burbujas la rodeaban en una danza loca mientras ascendían estremeciéndose hasta mi cara pegada a la superficie.
Encendí la linterna y un salón de baile amaneció en el brillante fondo embaldosado, olas de juguete rompían sus reflejos entre mis pies. Cualquier mínimo escalofrío que surcaba mi piel engendraba nimias ampollas de aire que dividían la luz cual infinitos caleidoscopios.
Puse despacio mi pie sobre ella, pulse la tara por temas de la física y me subí con cuidado, dejando mi cuerpo exhausto y vacío en los pulmones. Aspiraba y espiraba, bajando y subiendo, gozando con mi linterna y mis gafas de bucear, viendo parpadear los dígitos de mi plastificada báscula.
Un momento deseado sin renunciar a mi cuerpo, acariciándome sin pudor cada vez que el 000,0 homenajeaba con mis espiraciones mí excitado lado izquierdo…, los dos lados de mi cerebro.
Texto: Ignacio Alvarez Ilzarbe

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