14 febrero, 2015

Corazones, al aire

Ay, qué raro tengo el cuerpo, como si me lo hubieran pasado por una trituradora, como una trituradora de basuras para que no quede ni rastro, me pesa hasta el fleco, y hasta las pupilas que no me dejan ni enfocar la mirada, y nauseosa también estoy de lo que se me mezcla el techo con el suelo de nada que trato de fijar las pupilas, que ya dije que no podía, que no podía ni con mi alma, y no sé yo, porque siempre dudo de si el alma va dentro del corazón, no sé, porque el alma es algo hueco, ¿no?, y entonces tendríamos el corazón hueco y yo creo que así no funciona, pero no estoy segura, el médico me dijo que no, que lo mío no era del corazón, que era de los nervios, ¿del alma?, le dije, no me contestó, yo creo que porque no sabía, es que al médico que voy es médico del cuerpo y de lo otro sabe más bien poco, siempre que se me fatiga el cuerpo, así, como estos días, y me da el mareo, este, como hoy, me dice lo mismo, que es de los nervios, pero yo creo que me lo dice porque no sabe de lo que es, aunque del corazón tampoco sabe mucho porque cuando le pregunté por los saltos en el pecho, esos que me dan a veces, sobre todo cuando estoy así, como cansada y con el zumzum del mareo en los oídos, me dijo mmm..., ¿mmm?, le dije yo, no sé cómo interpretarlo...

Me dejó con la duda hasta hoy cuando me asomé a mi ventana, la grande, la que da a la avenida, y vi todos los árboles cubiertos de corazones rojos que se desprendían independientes hasta perderse en lo alto. Uno de ellos vino a posarse en mi alféizar invitándome a salir. Me subí en su lomo y entonces lo entendí todo: es cierto, el alma habita en los corazones para hacerlos volar. Ya sé cómo hacer para que no me pese el cuerpo ni me mareen las alturas. Si tengo un momento, se lo voy a ir a explicar a mi médico, pero no sé si podré, estoy tan ocupada con todas estas corazonadas...

¡Feliz San Valentín!


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