Lo que él quiere oír ellas saben como decirlo, y cruza a zancadas las calles nocturnas que lo llevan hasta ellas, a su paraíso. Allí no escatima los billetes que mete entre los senos de las más bellas; la guitarra de seda se abre, sus cuerdas laten. De vuelta a su casa, ya exhausto, no está para que le hagan preguntas indiscretas. Los calcetines zurcidos cubren sus pies cuando por la mañana se viste para ir al trabajo. Y ella, lo mira de soslayo con esa agria belleza de las almas derrotadas. Entonces cierra la puerta despacio para irse y deja atrás la penumbra del pasillo y a ella, sentada en la cocina dando la espalda, en un silencio atroz. Y la calle bulliciosa lo recibe, está llena de coches y de gente con paso ligero. Su secretaria debe estar corriendo la persiana del despacho, y los empresarios ansiosos esperandolo para solicitar su servicio. Él llega, y con reverencia, gesticula el asentimiento a todos ellos rascando su calva para aliviar la mala conciencia. Sólo en su risa, que muestra con dientes de conejo, parece asomarse el yugo de los deseos oscuros.
Texto: Dácil Martín
Narración: La Voz Silenciosa
Texto: Dácil Martín
Narración: La Voz Silenciosa
Ella. ¿Y quien es ella? ó ¿Quién es él? El autor, la autora
ResponderEliminarElla no es la autora, dalo por seguro.
ResponderEliminarSilencio y deseos ocultos, siempre la mentira, sea cual sea el motivo, aunque se calle, aunque se oculte.
ResponderEliminarMe han dado ganas de zarandearlos. Al uno, por mentiroso, a la otra, por cobarde.
Muy bien, leer este texto te remueve por dentro.