08 abril, 2009

La muerte del ángel caido


Me perdí al desierto, no se me ocurrió otro lugar más inhóspito, lejano y remoto para que nadie me jodiera. No me detuve ni siquiera en pensar en llevar una gorra o una botella de agua. La sed, ni el sol me iba a producir más daño del que me estaba produciendo los caníbales del silencio. Manada de incultos ruidosos. Desperdicios orgánicos. Buscaba silencio y lo rebusqué en iglesias y capillas de pueblos y hasta ellas llegaban los lugareños a joderte y turistas con niños insoportables y cámaras digitales para inmortalizar la estampa de la ermita que encontraban y a mí me amortajaban estampando su ruido contaminante en mi cerebro. Me encaramaba a los miradores de montaña y hasta allí llegaba el desfile de cuerpos ruidosos que no fueron educados en el arte del sigilo y no respetaban mi derecho al mutismo preguntándome jilipoyadas. Corrí a esconderme en el cementerio y escuché llantos y palabras de despedida. Me retiré al “quinto coño” y llegaron con el picnic y la música. Grité y mi grito se mezcló con el jolgorio, había tanto ruido que mi petición de auxilio se confundió con la felicidad del ruido, con los fuegos artificiales, con las verbenas, con las pachangas, con la efusión y el canto falso de los “cumpleaños feliz”. Con los aplausos, Viva, viva, viva, oeee, oeee, oeee, gol, goooool, pum, puuuuuuum, brooooom, brommmmmmm las motos y los llantos de los tiernos bebes. Si fueran tan tiernos se derretirían, pero son ellos los que taladran mi paciencia, con su llanto persistente y perforador. El progreso, las obras de mejora y yo desmejorándome a cuenta gotas. Y cuando llegué al desierto me miró una culebra y movió su cascabel y acabé arrancándole la cabeza de una mordida y mientras la trituraba en mi boca escuchaba el acto del masticado y me empecé a poner histérico y en medio de aquel silencio idílico escuché mi respiración alterada y mi corazón latiendo con más fuerza e intensidad y ello me ponía más sobresaltado y me subía la tensión y el bombeo de la sangre y ese ruido interior lo escuchaba con más intensidad. Un sonido sordo, como cuando metes un reloj antiguo de cuerda dentro de un trapo. Y ello me hizo estallar y reventé y escuché boooom y todo era ruido y llegué al cielo. Me habían contado que esto era el paraíso. ¡Falso!, pronto voy a matar a los ángeles con su insufrible música celestial de arpas.

Texto: Francisco Concepción Alvarez

2 comentarios:

  1. A veces uno comprende a Michael Douglas en Un día de furia.
    Muy bueno.

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  2. Sinceramente ese caos lo llevamos todos como una cruz, a veces he deseado eso, esfumarme, desaparecer, a un lugar si existe que no haya nada, que no haya nadie, que pueda sentir el olor del silencio, tocar la tierra desierta, ver el cielo huerfano de todo ser, y eso es casi imposible, si existe es como dices ese paraíso que todos en ciertos momentos buscamos desesperadamente.
    Creo que es difícil conseguirlo, pero no desistas....quizás como dicen caiga una estrella y te lleve a ese paraíso. Besoss Marian

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