Su mirada calló en el caleidoscopio. Pensó que era mentira, que el fantoche vestido de verde no se enteraba de nada. En el patio, bajo la escalera que chorreaba por la lluvia, Carmencita sujetaba con una mano un paraguas e intentaba con la otra llenar un vaso con las goteras. La abuela que traía a la gallina sujeta por los pies se sentó en la butaca al lado del cubo lleno de agua, y con un golpe seco le partió el cuello. Luego le fue sacando las plumas y las iba metiendo en el cubo. Los ojos amarillos de la gallina quedaron medio cerrados tras su muerte,´y su mirada de loca se fue. Carmencita un año después también se fue.
Texto: Dácil Martín
Brillante! Impresiona como se puede morir en tan pocas líneas, y de manera fulminante, casi sin darse cuenta.
ResponderEliminarUn abrazo
Dácil, últimamente nos pintas unos escenarios bastantes rurales, donde sobrevuela alguna imagen onírica. En ellos tratas de partidas y muertes. Me dejas con tus textos un sentimiento y un retrogusto complicado de explicar. El caso es que me remueve. Tengo que reflexionar porqué.
ResponderEliminarGracias Marcos y Francisco, por los comentarios. Tal vez las imágenes de los textos deben estar tras la retina de uno, y es al escribir cuando salen solas. También el mar ha estado insistente en otros escritos. Espero que alguna vez aparezca la vena cómica. Para eso, supongo, habrá que aprender a reírse de todo, incluso de uno mismo.
ResponderEliminarUn abrazo
Se me han vuelto a poner de punta los pelillos de la nuca. ¿Habrá algo de gallina en mí?
ResponderEliminarHe podido rememorar esa escena en el patio de mi casa con mi madre y mi abuela. El olor de las plumas mojadas...
ResponderEliminarEnhorabuena por vuestro blog.