La ciudad dormida despertaba perezosamente, encandilada por los primeros rayos del amanecer, que se reflejaban en el puerto. Los grandes edificios parecían estirarse, alargando sus sombras sobre los demás, como si tropezaran unos con otros. Un trueno ensordecedor inundó todo el espacio. El reactor, cada vez más diminuto, terminó por desaparecer, perforando las altas nubes, que parecían cansadas para proseguir el viaje. Algunos coches, deambulaban perdidos en medio de la resaca. Los de color negro parecían más activos recogiendo a las diminutas personas que se movían torpemente sobre las aceras, intentando sortear las mesas y sillas de las terrazas que estaban esparcidas por ellas. Las calles sudaban, empapadas por las cubas de la limpieza, en medio de un ambiente cargado de humedad, cuando ya el calor empezaba a apretar. Las motos parecían avispas incordiando con su molesto zumbido, que revoloteaban alrededor de las glorietas y rotondas. El gran hormiguero se resistía a ponerse en píe ese domingo de verano.
El taconeo nervioso y apresurado invitaba a los trasnochadores y madrugadores curiosos de las alturas a seguir su rastro. Las dos jóvenes uniformadas, con pantalones piratas y camisetas blancas, arrastraban grandes maletas, como si fueran sus mascotas. De repente una de ellas, moviendo sus manos, gritó insistentemente, hasta que el taxi paró. El fornido taxista metió rápidamente las mascotas en el maletero, como si hubiese ensayado la escena cien veces. Tres golpes secos de las puertas precedieron a la carrera vertiginosa ramblas abajo. Como si de una carrera se tratase, otros coches negros se iban sumando, saliendo de otras calles en dirección al puerto. La procesión iba haciéndose más larga, a medida que se acercaban a la dársena exterior. Las grandes grúas, que se inclinaban respetuosamente a su paso, dejaban ver entre sus huesos los grandes barcos del fondo. A medida que el cortejo se acercaban, los barcos parecían que crecían, sobresaliendo por encima de los edificios del alrededor. Al enfilar el largo muelle, la comitiva pasaba revista a los engalanados protagonistas, que parecían mirar de reojo a la minúscula hilera de taxis, que iban aterrizando en la parada, para dejar a los pasajeros y a sus mascotas.
Leer Capítulo 2
El taconeo nervioso y apresurado invitaba a los trasnochadores y madrugadores curiosos de las alturas a seguir su rastro. Las dos jóvenes uniformadas, con pantalones piratas y camisetas blancas, arrastraban grandes maletas, como si fueran sus mascotas. De repente una de ellas, moviendo sus manos, gritó insistentemente, hasta que el taxi paró. El fornido taxista metió rápidamente las mascotas en el maletero, como si hubiese ensayado la escena cien veces. Tres golpes secos de las puertas precedieron a la carrera vertiginosa ramblas abajo. Como si de una carrera se tratase, otros coches negros se iban sumando, saliendo de otras calles en dirección al puerto. La procesión iba haciéndose más larga, a medida que se acercaban a la dársena exterior. Las grandes grúas, que se inclinaban respetuosamente a su paso, dejaban ver entre sus huesos los grandes barcos del fondo. A medida que el cortejo se acercaban, los barcos parecían que crecían, sobresaliendo por encima de los edificios del alrededor. Al enfilar el largo muelle, la comitiva pasaba revista a los engalanados protagonistas, que parecían mirar de reojo a la minúscula hilera de taxis, que iban aterrizando en la parada, para dejar a los pasajeros y a sus mascotas.
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Se palpa el desperezarse de la ciudad.
ResponderEliminar¿Para cuándo la segunda parte?
Hola Ana, que bien verte por aquí!
ResponderEliminarBueno la verdad es que me da apuros invadir el blog con frecuencia y de forma tan extensa, asi que solo pongo aquí trocitos y si quieres leer más lo verás en mi blog
tintaentrepapeles.blogspot.com
Un beso muy grande
PD: ahora mismo pongo la segunda parte
La ciudad bosteza, se estira, empieza a desperezarse y con ella su actividad. Poco a poco y la mirada del narrador con ella.
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