El reflejo de los cristales del monstruo que han construido delante me devuelve la imagen de una casa de la que, alguna vez, conocí su interior. Parecen las mismas paredes, los mismos muebles y el mismo polvo. Intento recobrar un pasado mejor olfateando algún rastro que pudiste olvidar en el rincón más insospechado. No sé si soy perra vieja o es que nunca estuviste aquí. Ya no puedo ni creerme la foto de la mesilla donde abrazados disfrutábamos de aquella magnífica vista.
No hay paisaje. No hay olor. No estás tú. Todo es mentira.
No hay paisaje. No hay olor. No estás tú. Todo es mentira.
Estupendo relato, con fondo melancólico, incluso rabioso de la no permanencia, de negaciones presentes a lo que fueron verdades, ahora tan lejanas.
ResponderEliminarCon un gran sentimiento.
Saludos, Anabel!
Joder, sosita, ¿tantas cosas viste?
ResponderEliminar¡Cuánta soledad!
ResponderEliminarTal vez todos los finales dejen ese regusto a irrealidad.
Cuantas cosas nacen o fabrican y nos intenta quitar de nuestra vista aquello con lo vivimos o disfrutamos. Afortunadamente podemos resistir con nuestra memoria. Es solo nuestra.
ResponderEliminarSi es mentira, es que ya no te corroen los recuerdos agradables y estás dispuesta a seguir adelante.
ResponderEliminarPues avanti, siempre avanti
Escueto y denso para sentir esa soledad a través de tus palabras. Magnífico ese final.Un saludo
ResponderEliminarPara una Antología del cuento triste, como la de Monterroso y Jacobs. Muy hermoso.
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