20 noviembre, 2009

Traicionándose

Se coloca en la pared que tiene un fondo amarillento. Él le dice: colóquese ahí, por favor. Al principio pensó que era injusto estar desnuda y que la trataran de usted. Se sentía humillada. Pero pronto se acostumbró al gesto y tono solemne del pintor al que había pagado para que la retratara sin ropa. Ya hace tres sesiones que va a su casa, entra al salón donde ya le espera, se quita la ropa, la deja en un sillón rojo que está preparado para eso mismo, se coloca en la pared de fondo amarillo y levanta un poco el brazo derecho y se coloca esa misma mano cerca de la cara, el izquierdo se lo pone encima del hombro y, aunque no está demasiado cómoda, así desea quedar en el cuadro. Cada cierto rato, él chasquea la lengua y le dice: por favor, señorita, haga el favor de no moverse. Y aunque le ha corregido todas las veces y hace caso omiso, ella responde: señora. No puede evitar moverse porque, parece que estratégicamente, el pintor tiene tras de sí un espejo pequeño desde donde puede verse, si se colocara un poquito más a la derecha y fuera diez centímetros más alta, podría verse en el retrato. De vez en cuando lo intenta. Y, sobre todo, cuando llega y se coloca, intenta medir la zona exacta para poder observar cómo la está pintando. Pero, por lo visto, cada día ese espejo está en un lugar diferente. Mientras él la dibuja, ella va pensando en cuántas mujeres se habrán desnudado ante él para que las pinte y las saque hermosas. Se pregunta si él las comparará, como hombre, si la calidad del cuadro irá en función del cuerpo de éstas. Se pregunta qué estará pensando de ella y empieza a llorar un poco sin hacer ruido y reza para que él crea que es una gota de sudor. Todavía maldice aquel instante en el que, puesta ya sobre el fondo amarillento y desnuda, dijo: por favor, no me saque demasiado gorda. Traicionándose.

Imagen: Desnudo de muchacha
con cabellos negros, de pie (Egon Schiele)


Texto: Fusa Díaz

6 comentarios:

  1. Nuestra vanidad. Nuestras inseguridades. Nuestro compararnos. Nuestra curiosidad por el pensamineto del otro. En definitiva nuestro Yo.

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  2. Vanidad, simple vanidad. Pero lo que vale es el texto, su elaboración, al margen de un contenido no simple de discernir.
    rober

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  3. Excelente Fusa, aunque debería decir delicioso. Me encanta como desnudas a los personajes con esa candidez, rebuscando en sus pensamientos, sus frustraciones, hasta dejarlos vulnerables.

    Abrazos

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  4. Delicioso texto y tremendamente descriptivo. Se huelen las sensaciones mezcladas con la paleta y las pinturas.Y esa mirada precisa de quien la sostiene...Un abrazo

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  5. Es delicioso cómo nos llevas de la mano por los intrincados pensamientos de esta mujer. Sus miedos y dudas, inseguridades y certezas, que también las hay aunque no sean del tipo que ella desearía y que, irremediablemente, la vanidad hace aflorar. Y es que todo sobresale cuando nos encontramos desnudos delante del mundo que nos juzga. Y nos morimos de curiosidad por saber cómo nos ve, qué pensará de nosotros, de ahí que el juego del espejo resulte perfecto.

    Y el final, ese final genial, en el que, como siempre, nuestros miedos nos traicionan, nos delatan y terminan por humillarnos en nuestra más íntima soledad.

    No sé si se nota pero lo he disfrutado.

    Saludos,

    Anabel, la Cuentista

    PD: por si el texto fuera poca cosa, lo has acompañado de un cuadro de uno de los pintores que más me subyugan, Egon Shiele; mi adorado Gustav Klimt también compartiría ese honor que para eso fueron “colegas”.

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  6. Ese inquietante punto de exhibicionismo que todos tenemos y esa dosis de inseguridad que tanto nos duele que salga a flote.
    En el fondo, jamás estamos dispuesto a desnudarnos del todo.
    Quien no se haya visto reflejado, aunque sea un poco, que levante la mano

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